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En diez minutos llegamos a la verja de hierro que da entrada al parque; doblamos sobre la gran calle de palmas que estaba solitaria: sólo en el fondo, del lado del bosque, se veía un punto negro: era la victoria de Fernanda: nuestro cupé se deslizó por el pedregullo de la avenida, salvó la vía del tren del Norte, y vino a detenerse al mismo lado de la victoria.

Desengáñese el Sr. Merchán; la nación española poco ó nada ha traido de Cuba que no haya pagado con creces; nada debe á Cuba. Cuba es quien se lo debe todo á España; salvo lo que da la Naturaleza en su estado primitivo y selvático. Por eso, aunque el Sr.

171 Sólo se oíban los aullidos de un gato que se salvó; el pobre se guareció cerca, en una vizcachera: venía como si supiera que estaba de güelta yo. 172 Al dirme dejé la hacienda que era todito mi haber; pronto debíamos volver, sigún el juez prometía, y hasta entonces cuidaría de los bienes, la mujer.

Protesto que no. Todas sus creaciones subsisten, salvo las que la barbarie de Rosas halló incómodas para sus atentados.

A él le salvó su naturaleza, francamente refractaria a vivir bajo fanales. Nunca fue niño mimoso ni asombradizo, aunque muy avaro del calor del hogar y de la familia.

Probósele que, a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermano de siete años les sacaba, muy a su salvo, los tuétanos de las faltriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal, que robaba a todos las voluntades.

El tío, sin comprender la ironía, le miró con desprecio. Vaya, veo que vienes tan ignorante como has ido... Te aguardo para cenar. No me aguarde usted, tío contestó Gonzalo, que ya estaba lejos. Quizá no cene. Y sin tomar carrera, pero con extraña velocidad, gracias a sus descomunales piernas, salvó las calles, alumbradas por algunos raros faroles de aceite, en dirección al teatro.

Vaya, Caparrosa agregó dirigiéndose al muchacho cadete de la tienda, vaya y compre el boletín de un salto, y véngase volando. El cadete, que estaba detrás del mostrador, dio un brinco como un gamo, salvó la valla y tomó la calle por suya en dirección a la imprenta en donde reventaban los cohetes sin cesar.

Vamos a contar» dijo ella extendiendo su tesoro sobre el veladorcito del gabinete, mueble de hierro pintado que se salvó por milagro. Don José puso la luz en el velador y tomó asiento. «¡Si hay aquí un dineral! El billete es de doscientos...; veinte, cincuenta, ochenta. Total: setecientos veintiocho reales y dos perritos. Y no debo nada al casero... Estamos bien.

Le había dicho a Magdalena que me escribiera el día que tuviera necesidad de ; si ella tiene motivos para callar, yo los tengo para correr a su lado. Harás absolutamente lo que quieras. En semejante caso obraría como , dejando a salvo el arrepentimiento si el remedio era peor que la enfermedad. Adiós. Adiós. El día siguiente estaba yo en Nièvres.