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Eso, , ¿y qué tiene de malo? ¿Por qué te enojas? Porque todo eso es mentira, niño; es puro papel pintado, como todo lo que manda hacer el doctor Trevexo. Pues estás equivocado; ese letrero no lo ha puesto el doctor Trevexo, sino mi tía Medea: ella lo escribió el otro día y yo le decir que era para que se pusiera en uno de los arcos de la plaza. ¡Ah, tigra!

Pues bien; Raimundo, necesitando a toda costa dinero, y no atreviéndose a pedírselo a nadie, faltó a esta confianza vendiendo poco a poco algunos títulos. Y es lo raro del caso que siendo un chico hasta entonces tan puro de costumbres, tan recto en el pensar y tan honrado de corazón, llevó a cabo esta villanía sin grandes remordimientos.

El Duque se presentó con levita negra y sombrero de copa, un tanto más pálido que de ordinario, pero afectando una calma desdeñosa, sin faltar a la cortesía. Traía en la boca un cigarro puro, y se envolvía en ligeras nubes de humo, mientras caminaba a la par de Soldevilla.

De aquel concierto también había nacido su anhelo creciente de paz, de amor puro, tranquilo... y aquella vaga esperanza, rechazada y rediviva a cada momento, de tener al fin un hijo, un hijo legítimo, único. Lo más admirable, , aunque no milagroso, era el cumplimiento de lo que él disparatadamente llamaba, para sus adentros, «la Anunciación».

Después de las lluvias abundantes, las casas están desteñidas, las calles limpias; la carretera descarnada, con las piedras al descubierto. El azul del cielo parece lavado cuando sale entre nubes: es más diáfano, más puro.

Estas son las representaciones á que llama Santo Tomás phantasmata, las cuales segun el mismo Santo Doctor, no se hallan ni en Dios, ni en ningun espíritu puro, ni aun en el alma separada del cuerpo.

Decía un amigo mío que á ser posible volver á nacer y tener el derecho de petición, pediría á Dios nacer indio, pero indio puro, de sementera. Fundaba su deseo en la observación que había hecho de este país en su larga permanencia en él y en el trato y conocimiento de las costumbres del indio.

Ningún cenobita de los antiguos tiempos tuvo jamás barriga prominente ni mofletes rubicundos, aunque al retirarse de la sociedad para vivir angélicamente en el desierto, estuviese reventando de puro gordo.

Amor no era; el Magistral no creía en una pasión especial, en un sentimiento puro y noble que se pudiera llamar amor; esto era cosa de novelistas y poetas, y la hipocresía del pecado había recurrido a esa palabra santificante para disfrazar muchas de las mil formas de la lujuria. Lo que él sentía no era lujuria; no le remordía la conciencia.

Se trataba de someterse a ella como uno se somete al eterno destino, pero era necesario que no se hiciera criminal: debía reinar pura en el fondo de mi corazón puro. Y, en verdad, no me habían llamado a esa casa para labrar su desgracia. Una gran misión, una misión sagrada me esperaba.