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Su propósito debió ser el de embarcarse en Cádiz, por cuanto á Don Juan Mendieta se le dieron 500 rs. por el gasto que hizo de su persona desde esta ciudad á la de Cádiz, guiando por tierra dos caballos del Embajador. Montaron todos los gastos del hospedaje quinientos veintisiete mil once mrs.

Montaron en sus jamelgos, y al echar a andar vieron que de una casa próxima al puente de Iraeta salía un coche arrastrado por cuatro caballos. El coche comenzó a subir el camino de Cestona al trote. Este trozo de camino, desde Iraeta a Cestona, pasa entre dos montes y tiene en el fondo el río. De noche, sobre todo, el tal paraje es triste y siniestro.

Según la cuenta del Mayordomo, todos los gastos del hospedaje montaron á 278 mrs. y 5 dineros, corta suma en verdad, que solo podemos esplicarnos por la sobriedad de costumbres de la época, más bien que por exigencia de la religión de los huéspedes, que, como se ha visto, no tenían escrúpulos en «empinar el codo» á pesar de la prohibición coránica.

¡No, por cierto! respondió Kasper ; ha llegado el invierno, el tiempo del jabalí. Después, dejando uno y otro las carabinas en el rincón de la ventana, al alcance de la mano, por si llegaba un caso de alarma, montaron la pierna por encima del banco y se sentaron frente a su padre, que ocupaba la cabecera de la mesa.

Varios tiros y culatazos en el lívido montón chorreante de sangre... Y los últimos temblores de vida quedaron borrados para siempre. El oficial había encendido un cigarro. Cuando usted guste dijo á Desnoyers con irónica cortesía. Montaron en el automóvil para atravesar Villeblanche, regresando al castillo.

Y Juara entre tanto se ponía apresuradamente unas medias y unos zapatos que le había dado el ventero. Saca los caballos dijo á este último Juara , y toma un ducado. El ventero tomó la moneda y sacó dos caballos. Quevedo y Juara montaron y se encaminaron á Madrid. ¡Oh! ¡y cómo arde la quinta! dijo Juara no entráis en parte donde no hagáis daño.

Le he contado sus aventuras. ¿Quiere usted venir a saludarle? Tengo ahí un caballo de mi asistente. ¿Dónde está el general? En Elizondo. ¿Viene usted? Vamos. Advirtió Martín a su mujer que se marchaba a Elizondo; montaron Briones y Zalacaín a caballo y charlando de muchas cosas llegaron a esta villa, centro del valle del Baztán.

Mientras se apoyaba en ellas para alzarse, ¿qué iba a hacer Tristán sino besarlas con transporte? En efecto, fue lo que hizo. Montaron de nuevo, pusieron los caballos al galope para salvar los tres kilómetros que aún restaban antes de llegar a casa.

Llegada, pues, la mañana, montaron á caballo y se fueron al pueblo, llegando este dia al pago ó estancia de San José. Hallaron aquí un escuadron de Miguelistas, que iba al socorro de los suyos, y consternados con los nuevos avisos que habian venido la noche pasada, que el enemigo ya habia ocupado el Monte Grande, no sabian determinar lo que habian de hacer.

Montaron de nuevo en él y se trasladaron a la Bombilla. Antes de entrar en el gabinete que les tenían reservado dieron orden para que sirviesen también de almorzar al cochero. Pasaron después, y en un comedorcito agradable con vistas al río hicieron los honores al almuerzo, cuyos platos habían de antemano elegido. El paseo, el aire puro les había despertado el apetito.