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Y como digo, él estaba entre ellas hecho un Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero como sintieron dél que estaba bien enternecido, no se les hizo de vergüenza pedirle de almorzar con el acostumbrado pago.

Ya no seguí, pues, la calle de las Infantas como acostumbraba después de almorzar, ni aun para ir a la de Valverde, donde vivían unos amigos. Por la noche, después de comer, como no había peligro de ver a Teresa, la cruzaba velozmente y sin echar una mirada a la casa.

Jacinta no pudo hablar con este; pero se sorprendió mucho de verle risueño y de la mirada maliciosa y un tanto burlona que su marido le echó. Fueron todos a almorzar y el misterio continuaba. Cuenta Jacinta que nunca como en aquella ocasión sintió ganas de dar a una persona de bofetadas y machacarla contra el suelo.

Tenía una gran movilidad en la expresión y mucha gracia hablando. ¿Habrá que decir que yo estuve en su presencia torpe, turbado, hecho un tonto? No, no es necesario. Me encontraba en la edad del pavo, no había tratado a ninguna mujer y era naturalmente tímido. Doña Hortensia dijo al criado: Dígale al señor que le esperamos para almorzar.

Entretanto dije yo, el Rey acabará por darse a Satanás si tiene que seguir mucho tiempo todavía sin almorzar. El viejo Sarto se rió socarronamente y me tendió la mano. ¡Es usted un verdadero Elsberg! dijo. Después nos miró detenidamente y exclamó: ¡Dios haga que nos veamos vivos esta noche! ¡Amén! fue el comentario de Federico de Tarlein. El tren se detuvo.

Y entonces tendrá que ver que al digno comerciante don Juan Peña, cuando suba a almorzar, se le cuelguen de los brazos unos cuantos angelitos cabezudos, de hinchados mofletes, y no le dejen tragar bocado con tranquilidad.

Una tarde, una hermosa tarde de invierno, de las que sólo se ven en este Madrid, salí de casa después de almorzar con el objeto de hacer algunas visitas y también para espaciarme por esas calles de Dios.

Su mujer le pedía una cosa, y después otra y después otra para su saloncito, para su cuarto de baño mientras engullía lindamente. ¡Elena, Elena! Que no vas a tener apetito a la hora de almorzar. Ya verás que . Déjame ser feliz. ¿Eres feliz de verdad? Muchísimo... No puedo serlo más. Y al decir esto extendió la mano a su esposo que la besó repetidas veces.

Y con pie ligero, ella que ordinariamente se arrastraba ya para andar, a causa de su dolencia, fué a comunicar a Gonzalo el resultado de la visita. A la hora de almorzar el Duque manifestó que había recibido carta de uno de sus hijos en que le noticiaba que vendría a pasar el mes de septiembre con él a Sarrió. Probablemente vendría también su hermano el marqués del Riego.

Varias casas importantes, se decía, se encontraban envueltas en este desastre. Huberto arrojó el diario con cólera; todo se conjuraba en ese día para certificarle la catástrofe. A fin de distraerse de estas preocupaciones nuevas para él, decidió que iría a almorzar al club. Pero en el camino lo atacaron penosas reflexiones. ¿Qué haría? ¿Seguir el consejo de su madre?