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El tío Goro de Canzana sonríe, da una chupada á la pipa y responde: Era el día de Nuestra Señora de Setiembre. y yo habíamos pasado á Muñera acompañando á unas rapazas. Cuando veníamos ya á casa nos tropezamos en el puente con los de Rivota. Yo te dije: «No corramos, Manuel; los nuestros están cerca; hace poco les gritar». Entonces, uno á cada lado del puente, nos meneamos como pudimos.

Porque allí se salvó Buenos Aires, y si no hubiéramos triunfado allí, hoy estaríamos conquistados y perdidos, señor don Pancho dijo mi tía exaltadísima, devolviendo el mate a la mulatilla después de hacerlo roncar con una chupada postrimera llena de vigor, que aplicó a la bombilla.

Cabello enredado y mugriento, frente oprimida, ojos dilatados y tristes, mano tostada y sucia, uñas ennegrecidas, cara chupada, pómulos salientes, tez arrugosa, fisonomía mústia, todo está allí con una ingenuidad que sorprende. Es un chiquillo que nunca ha conocido á su madre, que desde que nació pide limosna.

Sor Marcela dio una chupada y después arrojó el cigarro, haciendo ascos, escupiendo mucho y poniendo una cara tan fea como la de esos fetiches monstruosos de las idolatrías malayas. Mauricia lo recogió y siguió chupando, alternando un ojo con otro en el cerrarse y en el mirar. Después hablaron de la procedencia del pitillo.

Don Jerónimo dio una inmensa, infernal chupada al cigarro en testimonio de desagrado, y prosiguió sin hacer caso: Por entonces empezaron los ensayos del drama de Inocencio, que se titulaba, si mal no recuerdo Subir bajando;... callen ustedes, me parece que era al revés; Bajar subiendo... En fin, de todos modos, era un gerundio y un infinitivo.

Y sale del cuarto seguida de su doncella, que le lleva recogida la cola, una espléndida cola de raso color crema. ¡Cada día va estando más linda esta Clotilde! dice el estudiante del doctorado, dejando escapar un imperceptible suspiro. D. Jerónimo da una enorme chupada al cigarro y queda envuelto instantáneamente en una nube de humo.

Y Fernando dió una larga chupada a su cigarro, lanzó el humo leve al techo artesonado del saloncito y se quedó mudo y sonriente, como en la grata contemplación de una gaya imagen.

Es verdad que me ha chocado la melancolía que hay en sus ojos... D. Jerónimo dio otra enorme chupada al cigarro. Nadie vio el relámpago de ira que pasó por su rostro. Estos cambios, pollo, solamente los opera el amor. ¿Algún novio? Eso... D. Jerónimo conoce bien la historia...