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Mi señora, que iba a las ancas, con voz baja le decía: ¿Qué hacéis, desventurado? ¿No veis que voy aquí? El alcalde, de comedido, detuvo la rienda al caballo y díjole: ''-Seguid, señor, vuestro camino, que yo soy el que debo acompañar a mi señora doña Casilda'', que así era el nombre de mi ama.

Es la tía Silda, mamá; abrázala, porque es muy noble lo que ha hecho, de acordarse de nosotros, ahora que ya no somos ricos. La de Esteven, arma en ristre, asestó el primer golpe, diciendo entre dientes, con amargura: ¡Ah, aquí! ¡vienes a gozarte, sin duda, en mi desgracia! El tono era injurioso; la actitud, provocativa. Pero, misia Casilda, que iba desarmada, se adelantó, tendiendo su mano.

No había banco en el recibimiento, y como el condenado aquél no la invitó a pasar, misia Casilda se sentó en un tramo de la escalera; ¡ganas de llorar tenía! ¡con tal que pudiera entenderse con aquel hombre!

Misia Casilda quedó espantada, temblando más de susto que de frío. ¡Ah! ¡Dios mío! ¡se va a jugar! Quilito juega, Quilito juega... ¡Dios mío, Dios mío! Pasó el resto de la madrugada en vela, y el alba la encontró acurrucada en la cama, los ojos arrasados de lágrimas amargas; se oían rodar los carros en la calle, cuando entró el niño.

Cuando llegaba con el niño llamaba al punto a su hija Casilda, donosa chicuela que hechizaba el tugurio con su hermosura, haciendo pensar en esas infanticas abandonadas de que hablan las leyendas.

Vendrá la justicia, y se sabrá todo dijo , y os llevarán á la cárcel y... lo pasaréis mal... porque no sabéis de lo que se trata. ¿Pues de qué se trata? ¿Por qué nos han de llevar á la cárcel? dijeron á un mismo tiempo los dos domésticos. Por encubridores. Nosotros no encubrimos nada dijo Casilda. Yo no nada añadió Pedro.

Esta lágrima lo dijo todo... Misia Casilda se desplomó en los brazos del desventurado don Pablo Aquiles, y éste, bajo el peso de su hermana y de su pena, se postró en tierra, llorando... y Agapo, por la primera vez de su vida, sintió en el corazón la cruel picadura del dolor. ...y se encerró en su cuarto, con doble vuelta.

Casilda dijo don Pablo Aquiles a su hermana, voy a salir; cuidado con la reja del zaguán, y no dormirse hasta que yo vuelva, que no será tarde.

A pesar de la dulzura y la belleza de Casilda, Ramiro la trataba siempre con altanera frialdad. Ella escuchaba cada palabra suya parpadeando de admiración. Quitábale las manchas de cal o de polvo de sus ropas, besábale a cada instante las manos.

Tan disgustado estaba el pobre hombre y misia Casilda se puso tan furiosa, que no comieron aquella noche.