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Me gustó el artefacto, que quedaba armado a muy corta distancia del fogón; tentóme la novedad aquella, y desde luego uní mi parecer al bien notorio de don Pedro Nolasco. Pues por dijo mi tío con firme resolución , que levanten los manteles de la otra mesa y los tiendan en ésta. Por regalarte el gusto, mandé que se cenara allá: ya sabes que el mío es muy diferente.

Era la casa de peones, el miserable albergue de las montañas mineras, donde se amontonan los jornaleros. Aresti estaba habituado á visitar aquellos tugurios que olían á rancho agrio, á humo y á «perro mojado». En la entrada de la casa estaba el fogón con algo de loza vieja alineada en dos estantes.

Una mestiza ya madura hacía hervir en el fogón el agua para su mate. El viejo pensaba confusamente que bien podía ser hija suya. Otra de quince años le ofrecía la calabacita de amargo líquido, con su canuto de plata para sorber. Una nieta tal vez, aunque él no estaba seguro.

Yo soy como Dios me crió... y usted también... Pero no he de estar hecha una esclava todo el santo día al pie del fogón, sin poder disponer de un minuto... Bueno... bueno... bueno: entonces me quedaré en casa... no hay nada perdido, mujer. No, señor, no; váyase con el sobrino de paseo, que aquí queda la esclava tostándose la piel, hasta que al señor se le antoje sacarla del fuego.

En el colegio, el brutal despertar del «Nuevo» caído del nido familiar, en el cuartel la primera llamada del «quinto» arrancado a su aldea, la primera clase de la pasanta en su pupitre, el primer día de la criada en su fogón, del aprendiz en su taller, del dependiente en su tienda, del meritorio en su oficina, ¡qué calvario!

Empezó Maximiliano sus estudios el 69, y su hermano y su tía le ponderaban lo bonita que era la Farmacia y lo mucho que con ella se ganaba, por ser muy caros los medicamentos y muy baratas las primeras materias: agua del pozo, ceniza del fogón, tierra de los tiestos, etcétera... El pobre chico, que era muy dócil, con todo se mostraba conforme.

Había llegado el momento del peligro, y Ratón Pérez, despacito, haciendo vibrar suavemente la punta del rabo, asomó poquito á poco el hocico por aquel temeroso boquete: observó un segundo, retrocedió dos pasos, tornó á avanzar lentamente, y de improviso, agarrando al rey Buby por la mano, lanzóse con la rapidez de una flecha por el agujero, atravesó como una exhalación una extensa cocina, y desapareció por otro agujero que frente por frente había, detrás del fogón.

El fogón sólo tenía algunas ascuas; los cacharros, sucios de chocolate, estaban ocultos en el rollo de las colchonetas. La más vieja de la familia le tendía algunas monedas entre suspiros de desaliento. Toma, Joselillo, una plañí decía . No tenemos más; te debo dos reales, que te daré mañana. ¡Ay! ¡Estamos muertecitos de jambre!...

Antonio de Herrera refiere que en una nao portuguesa derrotada hasta la isla de Siete Ciudades, poco después de mediado el siglo XV, habiendo tomado tierra para el fogón, se advirtió la aparición de partículas de oro fundidas, con que se despertó el afán de las exploraciones por dar con tan afortunado lugar. Dec.

Si el oído no escucha rumor alguno; si la vista no alcanza a calar el velo obscuro que cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, para tranquilizarse del todo, a las orejas del algún caballo que está inmediato al fogón para observar si están inmóviles y negligentemente inclinadas hacia atrás.