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El capitán Maclure había penetrado por el estrecho de Behring, y encerrado en medio de los hielos, hambriento, imposibilitado de volverse atrás al cabo de dos años, aventurose á avanzar. Sólo llegó á andar cuarenta millas, mas encontró en el mar del Este algunos buques ingleses. Su atrevimiento le salvó, consumándose de esta suerte el gran descubrimiento.

Cuando, súbitamente entusiasmado, intentaba avanzar, ella sonreía con una inocencia maliciosa: «No comprendo... no comprendo». Y si al fin confesaba su comprensión, era frunciendo el ceño y protestando con frío rubor: «Shocking».

La sombra que le envolvía al pensar esto era una imagen de su existencia. ¡Todo negro! ¿Adónde ir? ¿Qué hacer?... Y como si su propia desgracia no le bastase, el amor había unido a él una infeliz, cuyo único delito era quererle y admirarle; la había colgado de su brazo para que marchase con más dificultad, tropezando a cada paso, tirando penosamente de esta compañera, que al principio era la alegría y se trocaba poco a poco en una cadena que arrastraba tras él, impidiéndole avanzar.

Nosotros, por la ronda... porque olemos mal... ¡Mueran los ladrones! ¡Que los arrastren! ¡A Madrid! ¡a Madrid! Y las mujeres eran las primeras en avanzar, en agarrarse a las puntas del féretro, empujando a los portadores para que rompiesen las filas de la fuerza pública.

Ulises se estremeció al sentir el firme contacto global de este pecho femenil, al aspirar el soplo de su respiración, brisa tibia cargada de lejanos perfumes. Por su gusto habría permanecido mucho tiempo en esta actitud; pero Freya se despegó de él para avanzar hacia el reptil runruneando y extendiendo sus manos, lo mismo que si pretendiese acariciar á un animal doméstico.

Y hubieran dado buena cuenta de la infeliz Soledad, á pesar de su corpulencia, si Velázquez, con arranque generoso, no se hubiese plantado delante de ella. ¡Nadie la toque con un dedo siquiera! Las mujeres no osaron avanzar. La fiera actitud del majo les impuso silencio por un instante. Volviéndose aquél después á su querida y sacudiéndola por el brazo la miró cara á cara con ira concentrada.

Pero en la ruda campaña que ha sido preciso sostener con la carencia de elementos materiales se ha llegado hasta donde se ha podido, y sólo han cesado los esfuerzos ante el convencimiento de no poder avanzar más en esta senda de asperezas y entorpecimientos de todas clases.

Fué pasando entre las dos masas varoniles, alta la cabeza, pisando fuerte, con su arrogante andar de diosa cazadora, deteniendo á veces la mirada en algunos de los centenares de ojos fijos en ella. La ilusión de su triunfo le hacía avanzar erguida y serena, lo mismo que si pasase revista á las tropas.

Hallaba muy hermoso el entrar en el Paraíso de un salto heroico, pero pensaba que era muy dulce avanzar hacia la eternidad tranquilamente y sin prisa. Carecía de los impulsos que inspiran el deseo de la muerte, para ver más pronto a Dios. Absolutamente: estaba decidido a irse sin murmurar, cuando llegara su hora, pero deseaba sinceramente, que llegara lo más tarde posible.

Allí me despedí de la familia de mi colega, el ministro inglés, que pensaba pasar la noche algo más adelante, en Agua Larga, mientras yo, gracias a mi alazán, tenía la esperanza de arribar a la sabana, avanzar hasta Facatativá y tomar allí el carruaje, que, según mis cálculos, me estaría esperando desde la víspera.