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LEONOR. ¿Y me dejarás aquí? MANRIQUE y LEONOR MANRIQUE. Un secreto, Leonor... que vas a despreciarme; ya era tiempo... esa gitana, ésa, Leonor, es mi madre. LEONOR. ¡Tu madre! MANRIQUE. Llora si quieres; maldíceme porque infame uní tu orgullosa cuna con mi cuna miserable. Pero déjame que vaya a salvarla si no es tarde; si ha muerto, la vengaré de su asesino cobarde. LEONOR. ¡Eso me faltaba!...

Me gustó el artefacto, que quedaba armado a muy corta distancia del fogón; tentóme la novedad aquella, y desde luego uní mi parecer al bien notorio de don Pedro Nolasco. Pues por dijo mi tío con firme resolución , que levanten los manteles de la otra mesa y los tiendan en ésta. Por regalarte el gusto, mandé que se cenara allá: ya sabes que el mío es muy diferente.

Anita me engaña, es una infame ... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».

Et post obitum dicti Dominici presbiteri, si dictus Petrus frater suus supervixerit ei, teneatur præstare alimenta uni presbítero, qui in vita sua celebret missas qualibet die continue in dicta capella.

Ciento y Cinq.ta libras de reddito de Censo, faltando para el cumplimiento de su propio quinientas y nobenta y cinco libras, catorce sueldos y once mrs. por las quales han cedido los dhos. Miguel y Rap.l Aguilo hermanos, en virtud delo acordado en dha. Junta veinte y cinco libras y quince sueldos de Censo que en dos partidas hace la Uni.d de este Reyno á la herencia del dho.

Eran las de Amaranta y doña Flora. Al punto me uní a ellas, y después que me saludaron y felicitaron cariñosamente por mi feliz llegada, Amaranta dijo: Ven con nosotras, tenemos papeletas para entrar en la galería reservada.

Un censo impuesto sobre la Uni.l Consig.n del Reyno R.ta n.º 5. AP

Uní las sábanas de la cama con un fuerte nudo, las até a la baranda de la ventana y traté de bajar al suelo. La vehemencia del deseo me prestó una fuerza sobrenatural, y mi ángel bueno me protegió sin duda, porque las sábanas eran demasiado cortas y caí de una gran altura, sin herirme, sin embargo. Después, deslizándome a lo largo de las paredes, corrí hasta el puente.