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Efectivamente, la otra mañanita, al rayar el alba, que me llamaban muy bajito dentro del surco... Rojillo, Rojillo. Era mi viejo macho. Miraba de una manera extraña. Vente en seguida me dijo, y haz lo que yo. Lo seguí medio adormilado, deslizándome por entre los terrenos, sin volar, sin saltar casi, como un ratón.

En suma, esta conversación siguió largo rato, y yo tengo notas y apuntes que me ha suministrado D. Juan Fresco y que me harían muy fácil referirla con todos sus pormenores; pero, como mi historia tiene que ir en un ALMANAQUE sin excitar a nadie a que los haga, y no puede extenderse mucho, sino ser a modo de breve compendio, me limitaré a lo más esencial, deslizándome algunas veces, con rapidez y como quien patina, en aquellos pasajes que más se presten a ello por lo resbaladizos.

Y de pronto un aullido corto, metálico, de atroz sufrimiento, tembló bajo el corredor. ¡Federico! la voz traspasada de emoción de mamá ¿sentiste? respondí, deslizándome de la cama. Pero ella oyó el ruido. ¡Por Dios, es un perro rabioso! ¡Federico, no salgas, por Dios! ¡Juana! ¡Dile a tu marido que no salga! clamó desesperada, dirigiéndose a mi mujer.

Uní las sábanas de la cama con un fuerte nudo, las até a la baranda de la ventana y traté de bajar al suelo. La vehemencia del deseo me prestó una fuerza sobrenatural, y mi ángel bueno me protegió sin duda, porque las sábanas eran demasiado cortas y caí de una gran altura, sin herirme, sin embargo. Después, deslizándome a lo largo de las paredes, corrí hasta el puente.