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Comienza la refriega, los enemigos se rien de que los marinos de Aníbal les arrojen aquellos vasos en vez de flechas; el barro se hace pedazos, y el daño que causa es muy poco. Pasan algunos momentos, un marino siente una picadura atroz: al grito del lastimado sucede el de otro, todos vuelven la vista y notan con espanto que la nave está llena de víboras.

La casa fue desde entonces a modo de un santuario, pasando por el patio centenares de personas que deseaban saludar a Gallardo, «el primer hombre del mundo», sentado en un sillón de junco, la pierna en un taburete, y fumando tranquilamente, como si su cuerpo no estuviese quebrantado por una herida atroz.

Murió el pobre mozo, enterrámosle muy pobremente por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el caso atroz, llegó a oídos de don Alonso Coronel y como no tenía otro hijo, desengañóse de los embustes de Cabra y comenzó a dar más crédito a las razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos a tan miserable estado.

MANRIQUE. ¿Quieres que te lo diga? LEONOR. , lo quiero. MANRIQUE. Ningún temor real; nada que pueda hacerte a ti infeliz ni entristecerte causa mi turbación... mi madre un día me contó cierta historia, triste, horrible, que no puedes saber, y desde entonces como un espectro me persigue eterna una imagen atroz... no lo creyeras, y a contártelo yo, te estremecieras. LEONOR. Pero...

Mi plan está aquí, fijo, cierto como la muerte que le amenaza, porque usted va a morir. ¡Usted tan valiente, tan grande! ¡morir! ¡morir como un miserable! decía Blasillo en voz baja para no despertar las sospechas de los guardianes, y se retorcía los brazos. El gitano puso una mano sobre su frente. Mira, Blasillo, acabemos esta escena; es atroz. ¡Adiós! Déjame. Comandante, aun no, aun no...

¡Mi conciencia!... esto que es raro... se lo cuento a usted como pasó... no se me alborotaba cuando cometía yo aquellos pecados tan refeos... Le diré a usted más, aunque se horrorice... mi conciencia me aprobaba... vamos al caso, me decía una cosa muy atroz, me decía que mi verdadero marido... No siga usted interrumpió la santa alarmadísima, creyendo sentir ruido en la alcoba. Es horrible.

Como tengo una jaqueca atroz, , la tengo, no es todo estratagema, no he podido acompañar a mamá, que se ha ido al teatro con la vizcondesa. Llegó la hora. ¡Ay, Narcisito! ¡Qué locura! ¡Qué picardía!

Estaba en aquel momento tan atroz, tan monstruoso, que perdí la cabeza. ¡No quiero permanecer á merced de usted!... ¡Le tengo miedo! Su amistad es tan temible como su odio. Déjeme usted marcharme; será de mi lo que Dios quiera, pero separémonos... Me cogió un brazo y, perdiendo todo disimulo, dejó de ser el hombre bien educado que yo había conocido y se volvió grosero y brutal.

Nicanora salió a la puerta: «Hoy está atroz... Si yo cogiera al lipendi que le convidó a magras...». ¡Venga usted acá, dama infiel! le dijo el frenético esposo, cogiéndola por un brazo. Hay que advertir que ni en lo más fuerte del acceso era brutal.

Olvidaba decirte el principal objeto de mi visita... Master Julio Harvey da una comida pasado mañana y quiere conseguir que cantes en su casa. Jenny Hawkins palideció y dijo con voz temblorosa: ¿Quién encontraré allí? ¿Qué nueva emboscada me prepara usted? ¿Qué atroz prueba quiere hacerme sufrir? Sorege respondió tranquilamente: La última prueba.