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Tomóla entonces la dama de la mano y entró con ella en el cuarto de Diógenes; púsola sobre la cama sin decir palabra, y salió de la estancia, cerrando la puerta.

Hasta qué punto podían trastornar la inteligencia del adulto los terrores teológicos, implantados en el espíritu del niño colonial por los frailes españoles, lo sabemos por la historia de las guerras de religión; y hasta qué punto podían aplastar literalmente a los espíritus débiles de los indios y de los mestizos podemos inferirlo de las estadísticas de los manicomios, y por el augusto caso de aquel pobre Carlos II el Hechizado, que, de miedo al diablo, dormía cubierto de reliquias, rociado con agua bendita y con un fraile a cada lado de su cama.

Porque en cuanto amanece me levanto de la cama, y... ¡al agua, patos!

Pues sácalo de la cama, no hay ningún cuidado: a ver si se entretiene con cualquier cosa. Lucía lo envolvió en un chal y lo sacó al gabinete. Era rubio y hermoso como un angelito, con grandes ojos azules; no se manifestó sorprendido al ver a Miguel; suspendió el llanto y le miró, , con insistencia, pero sin preguntar nada a su madre.

Madre, te lo pregunto una vez más: ¿por qué ha muerto Olga? Se había apoyado contra la pared y miraba a su madre fijamente con los ojos inyectados de sangre. Mientras tanto, la señora Hellinger se había echado a llorar. ¿Acaso lo ? dijo sollozando. ¿Acaso puede saberlo alguien? La hemos encontrado en su cama, nada más.

Entraron al dormitorio de Anastasio: una pieza cuadrada y blanqueada que tenía sobre una pared un rifle colgado y más abajo un trabuco mohoso; una cama bien tendida con colcha de damasco azul y blanco; una mesa con diversos tarritos y botellas de bebidas; tres gruesas sillas de pino y paja y una percha de la que pendían diversas piezas de vestir; en las paredes, manchadas por vinchucas, un almanaque conservando aún la hoja del 31 de diciembre, varias estampas religiosas y un grabado grande con el retrato del gobernador.

Había en un estremo una gran cama de kamagon con sus cuatro columnas para sostener la corona del mosquitero y, al lado, una mesa cubierta de botellas, hilas y vendajes.

Anonadado por su esfuerzo para llegar hasta allí, Rafael se desplomó en la cama, contándolo todo con palabras entrecortadas antes de desvanecerse.

Sus ojos febriles se posaron con angustia en ella, sus labios murmuraron otra vez «¡PerdónSin hacer caso alguno, la esposa de D. Pedro se metió de nuevo en la cama y apagó la luz. Los rayos del sol matinal, penetrando por las rendijas del balcón, alumbraron aquellos dos insomnios. Con la luz de Dios comenzó el bárbaro suplicio de una criatura inocente.

El sargento primero, al pasar lista a su compañía, repite las mismas palabras; el niño al levantarse de la cama saluda al día con la frase sacramental.