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Desto se congojó mucho la gitana vieja, temiendo que en aquel escrutinio no se manifestasen los dijes de la Preciosa y los vestidos de Andrés, que ella con gran cuidado y recato guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron dijo que preguntasen cuál era el de aquel gitano gran bailador; que ella le había visto entrar en su aposento dos veces, y que podría ser que aquél las llevase.

LEONOR. ¿Y me dejarás aquí? MANRIQUE y LEONOR MANRIQUE. Un secreto, Leonor... que vas a despreciarme; ya era tiempo... esa gitana, ésa, Leonor, es mi madre. LEONOR. ¡Tu madre! MANRIQUE. Llora si quieres; maldíceme porque infame uní tu orgullosa cuna con mi cuna miserable. Pero déjame que vaya a salvarla si no es tarde; si ha muerto, la vengaré de su asesino cobarde. LEONOR. ¡Eso me faltaba!...

has heredao argo afirmaba la gitana con una convicción que no admitía réplica. ¡Qué he de heredar yo, pobre de mi! contestaba la sencilla criada. Bueno; pues heredarás. Y seguía el juego. La sota: otra vez la mala mujer, que había de ser su perdición si no la anonadaba haciendo lo que ella le dijese.

El Prado de Valencia, El esposo fingido, El cerco de Rodas, La perseguida Amalthea, La sangre leal de los montañeses de Navarra, Las suertes trocadas y torneo venturoso, del canónigo Tárrega. La gitana melancólica, La suegra humilde, Los amantes de Cartago, de Gaspar de Aguilar. El amor constante, El caballero bobo, de Guillén de Castro. El hijo obediente, de Miguel Beneyto.

¿Adónde, señora? respondió la gitana . En vuestra casa la tenéis: aquella gitanica que os sacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda alguna vuestra hija; que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el día y hora que ese papel dice.

Las muchachas, ruborosas en presencia del amo, a quien muchas de ellas veían por primera vez, retrocedían mirando al suelo, con las manos puestas ante la falda. Dupont las señalaba: ¡esta! ¡esta!... Y se fijó también en Mari-Cruz, la prima de Alcaparrón. , gitana, también. Eres feílla, pero tienes ángel y sabrás cantar.

Cuando el que hizo la cita cervantesca y dio estos consejos a don Juan entró con él en el cuarto de Cristeta, estaba ella vestida a lo gitana, con falda de percal de mucho vuelo, pañuelo de espuma al talle, rizos en las sienes y moño bajo, hecho un jardín a puras flores. El tío sentado en un sillón gótico de guardarropía, leía un periódico.

El Corregidor dijo a su mujer, y a su hija, y a la gitana vieja que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese; y asimismo dijo a la vieja que él la perdonaba el agravio que le había hecho en hurtarle el alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias merecía, y que sólo le pesaba de que sabiendo ella la calidad de Preciosa, la hubiese desposado con un gitano, y más con un ladrón y homicida.

Llegóse el Tiniente, que era curioso, y escuchó un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin; y habiéndole parecido por todo extremo bien la Gitanilla, mando a un paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con las gitanillas; que quería que las oyese dona Clara su mujer. Hizolo así el paje, y la vieja dijo que iria.

¿Qué es eso, gitana? ¿Estamos enojados por el lance? Otra corrida vendrá en que no tendré compromisos... Al mismo tiempo le tomó la barba con la punta de los dedos para acariciarla. Pero ella se sacudió vivamente, exclamando con voz alterada: ¡Quita allá, mala sangre!