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has heredao argo afirmaba la gitana con una convicción que no admitía réplica. ¡Qué he de heredar yo, pobre de mi! contestaba la sencilla criada. Bueno; pues heredarás. Y seguía el juego. La sota: otra vez la mala mujer, que había de ser su perdición si no la anonadaba haciendo lo que ella le dijese.

Los tres estábamos sin poder respirar, y aparentemente el más agitado de todos era el viejo Hales, o, tal vez, nos había estado extraviando y fingiendo ignorancia. Había arreglado solo la primera fila, la de bastos, pero ya se leía lo siguiente: Rey BONTDRNNCROAUIT Ocho EITYGOJTAENNWNH Sota TNHJENTYNDJOIDE Reina WTESJTHFDTOLLTC As EWJIWHEOEHNDLHR Siete EHLXHEFUFEEEFEO Nueve NEEPEFIRERWOIOS

Mientras se concertaban los alguaciles, el alcalde paseaba por el comedor, completamente olvidado de que la sopa, el cocido y la ensalada esperaban que tuviese a bien hacerles los honores cotidianos. Como se ve, el bueno de don Rodrigo no era víctima del pecado de gula; pues su comida se limitaba a sota, caballo y rey, sazonados con la salsa de San Bernardo.

Haga la prueba por orden alfabético: los bastos, copas, espadas y oros. Primero tome todos los bastos y arréglelos así: rey, ocho, sota, reina, as, siete, nueve, diez; luego las copas, y después los otros dos palos. Una vez terminado el arreglo vea lo que puede sacar de eso.

El vizconde de Aymaret hubiera deseado, como otros tantos en el mundo, haber sido un hombre honrado, sobrio, arreglado de conducta y enemigo de la sota de copas, y si le gustaban las mujeres, el juego y el vino hasta, el escándalo y la degradación, era... que no podía remediarlo.

La primera era un as; la suya un rey. Barajó y cortó. Esta vez al dummy le tocó una sota y a él un cuatro. Animose para la tercera vuelta. Le tocó a su adversario un as y sacó otra vez un rey para . De tres, dos dijo Jacobo en alta voz. ¿Qué es eso, Melín? preguntó Moreno. Nada. Probó después Melín la suerte con los dados, pero siempre tiró a seises y su supuesto adversario a ases.

Entonces, pruebe con el rey de un palo, con el ocho de otro, la sota de otro... y así con los demás indicó Hales, agachándose con vivo interés sobre las pequeñas cartas. Sin pérdida de tiempo seguí su consejo, y cuidadosamente volví a colocarlas de la manera que había dicho.

Sería... un león». «¡Ca!». «Pues sería... un elefante». «¡Caaa!». «Sería... lo que usted guste, caramba». «¡Una sota de bastos, señor de Castrelo! ¡Era una sota de bastos!». Minutos de no entenderse. El ratón reía con una especie de hipo agudo; el señorito de Limioso, ronca y gravemente; el cura de Boán, no sabiendo cómo desahogar el regocijo, pateaba en el suelo y abofeteaba a la mesa.

851 Con semejante alvertencia se completó mi redota; le vi los pies a la sota, y me le alejé a la viuda, mas curao que con la ruda, con los grillos y las motas. 852 Despues me contó un amigo que al Juez le había dicho el cura que yo era un cabeza dura y que era un mozo perdido; que me echaran del partido, que no tenía compostura.

Pasar la pena negra, chico... Anoche me desplumó una sota: cinco mil francos se llevó de un golpe. ¿Pero es posible?... ¿Todavía dura la afición?... Yo creí que te habías cortado la coleta. Hasta que me entierren, chico, hasta que me entierren... Ya te darás una vuelta por el Petit-Club; se juega gordo... Anoche ese guacamayo de Ponoski hizo un copo de dos mil luises.