United States or Latvia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Después, a la alta noche, en las tabernas de apaches y de meretrices, a la hora de la fatiga del amor callejero, Verlaine arrojaba los luises que había demandado, como una lluvia de oro, sobre la dolorida canalla. Así sus versos eran una lluvia de estrellas sobre los vulgos que aullaban y le ofendían al verle pasar borracho por su lado. En su barrio tenía una popularidad grotesca.

Ha permanecido fiel siempre a sus principios políticos: lee los buenos periódicos, y hace votos por el triunfo de Chiavone; pero no le envía dinero. El placer de amontonar luises le produce una dicha incalculable. Vive entre dos vinos y entre dos millones.

Lo más que logrará usted será un primer accésit en el Conservatorio. ¿Y a qué le conducirá esto...? A representar el papel de Blanquita en provincias. Hará usted también el de Margarita de Borgoña en Provenza y el de Mireya en el Languedoc. Ganará usted veinte luises por mes y los favores soberanos de los consejeros municipales, propuestos en Bellas Artes. Yo no le pido que sea mi querida.

La vida galante, de perfumes, de joyas, de elegantes y afrodisíacos venenos, de bacarrat, de música frívola y áureo tintinear de relucientes luises, tiene este amargo contraste del calabozo y del buriel del presidiario. El grillete disipa los sueños absurdos de morfina.

Un americano se había ido con un millón; un inglés había ganado diez mil libras esterlinas con cinco luises prestados... Así continuaba relatando los prodigios vistos en el Casino. ¿Y aún había quien aseguraba que todos, absolutamente todos los jugadores acaban fatalmente por perder?...

Recibía, tenía un yate, sabía prestar quinientos luises sin reclamarlos jamás y tenía una hija elegante, original y con un dote colosal. No hacía falta tanto para conciliarle todos los favores. Había sido recibido en el Club automóvil, formaba parte de la sociedad de los Guías y era miembro influyente de la Unión de los yates. Pero se aburría, sin embargo.

Y puso nueve luises al 17... Rodó la bolilla. El 13 una vez más. Perdía. Su gesto se hizo más duro y agresivo. La suerte empezaba á reirse de él por su falta de voluntad. Un dominador no debe sentir vacilaciones; suya era la culpa, por haber abandonado el número. Los hombres deben insistir hasta imponerse, ó perecer sin abandonar su primera actitud. ¡Al 13, como antes!... Y salió el 17.

Siga usted escribiendo: «Me gustas mucho», «Necesito veinticinco luises para mi costurera», «Tengo gana de ese sombrero tan bonito», «Querría un hermoso diamante para el día de mi santo», «Tengo sentimientos religiosos»... ¡Esto es muy importante...! «Soy de buena familia», «No sea usted brutal», «Hoy es imposible; pero dentro de tres días seré suya», «Esta noche tengo mucho apetito»... Y luego: «Siento mucha sed»... Y después: «Págueme el coche»... A continuación: «¡Qué bien sabes besar...!» «¡Cochinillo mío...!» «¡Nunca me quisieron así...!»

Yo me hice reemplazar, cuando fui llamado a filas, mediante un centenar de luises, por una especie de alsaciano, de pelo alazán tostado. Y como dicha bala me estaba destinada a por la suerte, puedo decir con verdad que el alsaciano en cuestión vendiome su cabeza y toda su persona entera por un centenar de luises, o algo más.

Unas cuantas veces, al verse junto á la ruleta, le había pedido prestados «diez luises», necesidad imperiosa de jugador que acaba de quedar limpio y ansía desquitarse; pero, con más ó menos retraso, se los había devuelto siempre. Su vida tenía un fondo misterioso, según don Marcos. Los otros dos convidados le parecían de una existencia menos complicada.