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Por supuesto que también los hombres son negaos: no lo tome usted a mala parte; pero ¿se le figura a usted que el marío de mi ama no está dejao de la mano de Dios pa dirse a la Habana ú donde sea, mientras ella está tan reguapa que da gloria, y más fresca que una rosa? Lo que yo digo: si él está en el otro mundo, ella como si estuviera viuda, y las viudas son del diablo. ¡Ah!

Delaberge, despierta su curiosidad por el nombre de Princetot, examinó atentamente al joven que acababan de presentarle; pero éste se dirigía ya hacia la puerta mientras la viuda acompañándole le repetía: Convenido, cuento con usted... A las siete en punto nos sentaremos a la mesa. Cuando hubo salido, Delaberge preguntó: ¿Este señor Princetot sería acaso el hijo de mi hospedero del Sol de Oro?

Su madre, que sabía de farmacopea casi tanto como él, regentó la botica algún tiempo después de viuda con anuencia del vecindario.

Toda la familia de doña Manuela se entusiasmó con el aspecto de la falla. Había que avisar a las amigas. Por la tarde tendrían música en la plaza; y la rumbosa viuda pensaba ya con placer en el «brillante» aspecto que presentaría su salón, bailando las niñas y sus amiguitas, mientras las mamas pasarían al comedor a tomar un chocolate digno del esplendor de la familia.

La rama de los Moreno-Isla establecía además un enlace remoto entre doña Casta y Guillermina Pacheco; pero este parentesco era ya de los que no coge un galgo. Guillermina y la viuda de Samaniego no se habían tratado nunca. Jactábase doña Casta de haber educado muy bien a sus dos hijas. La mayor, Aurora, guapetona, viuda de un francés, era mujer de mucha disposición para el trabajo.

Por supuesto dijo Juan vivamente, pensando con placer en que así se regocijaría Ana, cuya afición a Sol le era ya conocida, y se daría una prueba de estimación a la pobre viuda : por supuesto que la llevamos. Va a ser una gala de los ojos ver ir por un caminito de rosales que yo me , cogidas del brazo, a Sol, Ana y Lucía. Lucía, mañana nos vamos.

Baila, Fadrique, exclamó D. Diego por tercera vez, notándose ya en su voz cierta alteración, causada por la cólera y la sorpresa. Era tan elevado el concepto que tenía D. Diego de la autoridad paterna, que se maravillaba de aquella rebeldía. Déjele V., señor de Mendoza dijo la hidalga viuda. El niño está cansado del camino y no quiere bailar. Ha de bailar ahora.

¿Y sabéis cómo se llamaba su madre? No me lo han dicho. Pues yo voy á decíroslo. Sepamos. La madre se llamaba... y se llama, doña Juana de Velasco, duquesa viuda de Gandía, camarera mayor de su majestad. Abrió enormemente los ojos Quevedo. Y qué hermosa, qué hermosa estaba entonces la duquesa. ¿Pero estáis seguro de ello, amigo Manolillo?

Sólo recuerdo de ella que era muy hermosa, o al menos a me lo parecía. Desde que quedó viuda, se mantenía y me mantenía lavando y componiendo la ropa de algunos marineros. Su amor por debía de ser muy grande.

Madame Duval, que así se llamaba la confidenta, por afirmar ella misma que era viuda de un Comandante francés de caballería, muerto heroicamente en Argelia matando moros, tenía cualidades excelentes, pero era remilgadísima y empalagosamente afectada, y empleaba al hablar tres o cuatro muletillas y frases sentimentales, que apenas se podían sufrir y pervertían y maleaban todas las virtudes y excelencias de la buena señora.