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De este libro, sin conocerlo, hablaba muy mal don Saturnino Bermúdez, cuando estaba un poco alegre, después de comer. Uno de sus secretos era, que «el Magistral merecía el nombre de sabio, pero no precisamente el de arqueólogo; nadie sirve para todo».

Quedó el rey embargado en júbilo, cariño y admiracion. Volvió á tomar todo el dinero con que habian comprado los jorobados su buena ventura, y se le regaló á la hermosa Falida, que así se llamaba esta beldad. Dióle con él su corazon, que merecia de sobra, porque nunca se vió juventud mas brillante y mas florida que la suya, nunca hermosura que mas digna de prendar fuese.

Penetraron, pues, en el recinto del tiro y fue recibido por los tres o cuatro parroquianos que allí había con muestras de respeto como una lumbrera del arte. Tristán dio claras pruebas de que merecía este honor metiendo ocho balas seguidas a voz de mando en un pequeño círculo del tamaño de un duro.

Si un día creyese que podía causarte pena, que no me merecía un hombre como , te gorvería la espalda y me ajogaría de tristeza al verme sin ti: pero aunque te pusieras de rodillas fingiría haberme olvidado de tu cariño. Ya ves, pues, si te quiero...

Ulises se imaginó una gran señora, hermosa como doña Constanza. Cuando menos, debía ser marquesa. Su padrino bien merecía esto. Y se imaginó igualmente que sus encuentros debían ser por la mañana, en uno de los huertos de fresas inmediatos á la ciudad, adonde le llevaban sus padres á tomar chocolate después de oír la primera misa en los amaneceres dominicales de Abril y Mayo.

De aquí en adelante ya no existe el amor terrenal entre nosotros; sólo queda una amistad pura y suavísima, amándonos en el sagrado corazón de Jesús. No te olvidaré en mis pobres oraciones. Olvídame cuanto te sea posible. Eres bueno, eres noble, hermoso y rico; busca una mujer que te merezca más que yo te merecía, y cásate y feliz. Yo rogaré siempre por vosotros. Adiós. María

Ese tribunal merecía un severo castigo manifestó el caballero, volviendo a su seriedad habitual. Yo les hubiera puesto de buena gana una corrección por mi mano... pero... amigo don Pantaleón, estoy muy débil. El hambre me tiene muy débil. ¡El hambre! exclamó Sánchez estupefacto. ; el hambre, querido Sánchez, el hambre.

Y escribe don Diego Ignacio de Góngora, que al cadáver del prior le pusieron «corona de mártir» y que el lego murió el día 30 sin que para él hubiese lo de la corona, aunque en verdad también la merecía.

Después de mirar los periódicos que estaban sobre la mesa, añadió: Como creo dificilísima tu salvación, mañana mismo salimos para la América del Sur. eres ingeniero, y allá en la Patagonia podrás trabajar á mi lado... ¿Aceptas? Torrebianca permaneció impasible, como si no comprendiese esta proposición ó la considerase tan absurda que no merecía respuesta.

Es un chico muy decente, y si tira a su padre... ya ve usted... Por supuesto que Carlota, por lo guapa y bonachona, merecía un infante de Ingalaterra... Pero, hijita, los tiempos no están para andar a escobazos con los hombres.