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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Abrazáronse con él, sacáronle de aquel peligro, volvió en sí, contó la burla de la gitana, y, con todo eso, cavó en la parte señalada más de un estado en hondo, a pesar de todos cuantos le decían que era embuste mío; y si no se lo estorbara un vecino suyo, que tocaba ya en los cimientos de su casa, él diera con entrambas en el suelo, si le dejaran cavar todo cuanto él quisiera.
El aperador lo comprendió todo... ¡Pero qué señorito tan gracioso! Para dar una sorpresa a los amigos y reír con el susto de las mujeres, había obligado a Zarandilla a que soltase un novillo del establo. La gitana, alcanzada por la bestia, habíase desmayado del susto... ¡Juerga completa! ¡La pobrecita Mari-Cruz! lloriqueó Alicappón . La gitana Mari-Cruz se moría.
Servía de médico a los hombres, de comadrona a las mujeres y de castañeadora a las mocitas que iban a casarse. No había virginidad gitana que no pasase por sus manos antes del matrimonio, para que certificara su integridad. Los payos del barrio la llamaban con sorna «la madre de las vírgenes».
Cuando Isidro podía darle un cigarro, Salguero, satisfecho del obsequio, le acompañaba cuesta arriba, hasta el paseo de los Ocho Hilos, sin cesar de hablarle con gitana incoherencia. El cariz del tiempo era su mayor preocupación. No llovía: las cosas marchaban mal. Pero a usted preguntaba Maltrana riendo ¿qué le importa que llueva o no llueva? ¿Dónde están sus campos?
Únicamente podía compararse con ellas la Culo de corcho, una gitana obesa, de ojos pequeños como si estuviesen cosidos, y gran ligereza de manos, que en un santiamén hacía desaparecer bajo sus sayas todo objeto que podía chorar. Los hombres salían a su encuentro.
Concedió licencia el Arzobispo para que con sola una amonestación se hiciese. Hizo fiestas la ciudad, por ser muy bien quisto el Corregidor, con luminarias, toros y cañas el día del desposorio; quedóse la gitana vieja en casa; que no se quiso apartar de su nieta Preciosa.
Mariquilla te deja y no tiene otro novio: te compadece, te dice que eres bueno, mostrando que aun te tiene algún querer, y te cierra la ventana. ¡El demonio que entienda a las mujeres! ¡Y qué mala alma tienen a veces las condenadas!... Aumentó el estrépito en el cuarto de la juerga, y una voz de mujer, aguda, de un temblor metálico, llegó hasta los dos amigos. Me dejó... ¡mala gitana!
¡Parece la habitación de un palacio encantado!... Aquí estarían mejor que nosotros un moro con turbante blanco y una odalisca cubierta de brocado y pedrería... ¡Qué juegos de luz tan caprichosos!... Espera un poco, Martita, ponte aquí frente a este rayo de luz roja... ¡Si vieras qué semblante tan particular tienes ahora!... Pareces una gitana..., una hija del desierto.
La tabernera cumplió la orden con igual silencio. Manolo apuró el vaso, como lo había hecho antes, y puso una moneda sobre el mostrador. Soledad abrió el cajón, sacó la vuelta y la colocó á su lado. Está bien dijo metiéndola en el bolsillo. Me voy, hija mía, que me esperan. Hizo ademán de levantarse; se inclinó hacia Soledad. Hasta la vista, gitana. ¿No me das la mano?
Su familia imploraba la visita del revolucionario, viendo en su presencia un último rayo de alegría para el enfermo. «Ahora va de veras, don Fernando», escribíanle los hijos. Y don Fernando fue a Jerez, y emprendió a pie el camino de Matanzuela, aquel camino que había seguido de noche, en diversa dirección, tras el cadáver de una gitana.
Palabra del Dia
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