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Actualizado: 25 de mayo de 2025


JIMENO. Todo esto alarmó al Conde, y tomó sus medidas para pillar a la gitana; cayó efectivamente en el garlito, y al otro día fue quemada públicamente, para escarmiento de viejas. GUZMÁN. ¡Cuánto me alegro! ¿Y el chico? JIMENO. Empezó a engordar inmediatamente. FERRANDO. Eso era natural. JIMENO. Y a guiarse por mis consejos, hubiera sido también tostada la hija, la hija de la hechicera.

Y sus últimas palabras ya no se oyeron, pues se alejó con la cara oculta en el delantal. Isidro hizo subir en un carruaje de alquiler a la llorosa Feli, conmovida por los adioses de la gitana. Recordaba el joven los primeros tiempos de su amor, cuando vagaban por las cercanías de Madrid, ocultándose de las gentes. Desde entonces no habían ido en coche.

La pobrecita no puede tenderse, y está sentada día y noche con los brazos extendíos y moviendo las manos así... así; como si buscase la salusita que se jué pa siempre. ¡Ay, mi pobre Mari-Cruz! ¡Mi prima del arma!... Y lanzaba estos gritos como si fuesen rugidos, con la expansión trágica de la raza gitana que necesita espacio libre para sus dolores.

Al cabo se desprendió la máscara y, unida al grupo, se alejó gritando, mientras Velázquez prosiguió su camino con los labios contraídos por una sonrisa de orgullosa satisfacción. Aquel ligero incidente le había puesto de buen humor, pues apenas le cabía duda de que la gitana era Paca: su misma estatura, su cuerpo y hasta su modo de andar.

Brooke se había casado con una gitana del Albaicín. Buen provecho; pero de todas maneras era una aventura estúpida. La piel del tigre la conservaba, por el tigre, no por el inglés». Esta historia no la sabía bien Obdulia; creía que se trataba de un norte-americano; se lo había dicho Visitación... «¿Por qué no había ido al teatro?

Entonces la gitana vieja contó brevemente la historia de Andrés Caballero, y que era hijo de don Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba don Juan de Cárcamo, asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenía cuando los mudó en los de gitano.

En efecto, las compañeras de la gitana se habían aproximado y tras ellas algunos transeuntes. Una mujer te quiere, salao, pero no la quieres á ella dijo la máscara observando las rayas de la mano del guapo y remedando á las gitanas. En cambio, estás chalao por otra que huye de ti. Llegarás á conquistarla, pero al fin te la pegará. Un amigo falso te hará traición.

Pasando un día entre la Catedral y el Alcázar se me acercó una vieja y desarrapada gitana y se empeñó tan obstinadamente en decirme la buenaventura que no supe negarme a su ruego y le entregué mi mano para que la examinase. La vieja gitana me dijo: En buena hora naciste, gallardo y gentil caballero, si la ambición satisfecha basta para hacerte dichoso.

FERRANDO. Más de una vez. GUZMÁN. ¿A la gitana? FERRANDO. ¡No, qué disparate; no...! Al alma de la gitana; unas veces bajo la figura de un cuervo negro; de noche regularmente en búho. Ultimamente, noches pasadas, se transformó en lechuza. GUZMÁN. ¡Cáspita! JIMENO. Adelante.

Acudió el Corregidor a ella, antes que a preguntar a la gitana por su hija, y habiendo vuelto en , dijo: Mujer buena, antes ángel que gitana, ¿adonde está el dueño, digo, la criatura cuyos eran estos dijes?

Palabra del Dia

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