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El mar se iba rizando con largas ondulaciones que hacían cabecear al bote y hubiesen representado un oleaje de tormenta para los buques de la escuadra del Sol Naciente. Los dos amantes miraban con espanto el movimiento de la enorme nave. ¡Atención, hijos míos! dijo Gillespie . Vamos á pasar la llamada barrera de los dioses, y las rompientes nos sacudirán un poco.

Repúsose el padre Aliaga. ¿Conque... vais á buscar á esos dos amantes? dijo. No por cierto, voy á esperarlos á su casa... y como pueden tardar... Esperad, cuando la hayáis encontrado, en la galería de los Infantes. Esperaré... Cuando yo llegue, os avisarán. Muy bien. Y para que los encontréis más pronto, id al momento. Quedad con Dios, padre Aliaga; quedad con Dios y hasta luego. El bufón salió.

Más adelante el supuesto padre, que sólo lo era legalmente, pidió a los abuelos una gruesa suma; no quisieron dársela, y él, por vengarse, hizo llegar a manos de la nieta un papel donde refería las infamias que había hecho con su mujer, la vida que le obligó a sobrellevar, y hasta la lista de los amantes que le impuso.

Tratar un marido á su mujer con melifluidades de esas que sólo se ven en los amantes de comedia, era envilecerla, igualarla con las que viven del pecado. La esposa cristiana había de ser casta en el pensamiento; cuidar de la salud material y moral del esposo, aconsejarle el bien y dirigir el hogar. Más allá sólo iban las mujeres perdidas.

Los dos amantes se estrecharon la mano sonriendo de felicidad, y yo recibí una ovación por mi pequeña arenga, y por mi manera franca de arreglar matrimonios.

Los amantes avanzaban entre los juncos, encorvándose, titubeando antes de dar un paso, temiendo el chasquido de las ramas bajo sus pies. La continua humedad había cubierto la isla de una vegetación exuberante.

Sentados en el lomo del libro de poesías traído por Flimnap, y que hacía ahora oficio de banco, vió á Popito y á Ra-Ra. Los dos amantes conversaban con las manos unidas y mirándose á corta distancia. No se molesten ustedes dijo el gigante . Continúen.

En su plaza continuó Guerrero hasta 1575, siendo por esta época ya muy apreciado de todos los amantes de la música que entonces vivían en Sevilla y entre los cuales los había bien inteligentes. A más las composiciones del maestro eran ya muy numerosas, y entre ellas se contaban dos fragmentos del Miserere que había remitido á la capilla pontificia.

¿Por qué, sin buscar alivio a mi dolor y a mi llanto, fijo en mi pensamiento, de no quiero apartarlo? ¿No hay, acaso, otras mujeres ni otros amores, acaso, ni otras beldades que amantes me reciban en sus brazos? ¿Acaso en solamente Natura ha depositado la esbeltez y la hermosura y los mayores encantos?

Y para todo tenía el ingenioso culpable palabras bonitas: «La luna de miel perpetua es un contrasentido, es... hasta ridícula. El entusiasmo es un estado infantil impropio de personas normales. El marido piensa en sus negocios, la mujer en las cosas de su casa, y uno y otro se tratan más como amigos que como amantes.