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Porque en aquellas «bajuras» y envuelto en tan espesa oscuridad, don Sabas era todavía el Cura soso de la cocina de mi tío, y todas sus observaciones en romance y todos sus salmos en latín, le resultaban a destiempo y fuera de toda oportunidad.

Y salió el señor cura de la montaña satisfecho de mismo, confiado en la palabra de honor de aquel señor soso y casi tonto, que, a pesar de todo, tenía cara de honrado y de persona formal. Se puede ser fiel a la palabra y tener pocos alcances, se decía el clérigo bajando la escalera. A Bonifacio se le había ocurrido, ante todo, ver en aquello que él llamaba casualidad la mano de la Providencia.

Pero en el confesonario se desacreditó antes que en el púlpito. ¡Era tan soso! Y tenía la manga muy estrecha y sin gracia. Preguntaba poco y mal. Hablaba mucho y a todas les decía casi lo mismo. Además, era demasiado madrugador y ni siquiera guardaba consideraciones a las señoras delicadas. Se ponía en el confesonario al ser de día. Se le fue dejando poco a poco.

Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te diré que conviene que los chicos no sean tan encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. ¡Dios mío, qué soso era! Ya tenía veinticinco años, y no sabía decir a una mujer o señora sino que usted lo pase bien, y de ahí no me sacaba nadie.

El cura don Sabas concurría muy a menudo y tan soso como la primera vez; pero a ya no me lo parecía después que le había visto tan «elocuente» sobre los riscos de la montaña: consagrábale por eso cierta veneración, independiente de la que le debía por su investidura y por sus virtudes, y se me antoja que no lo desconocía él ni le desagradaba.

Manuel tomó el vaso de vino, y dijo: Ven acá, quita pesares, alivio de mi congoja; criado entre verde hoja, y pisado en los lagares; te pido de que me aclares esta garganta y galillo para brindar a los novios empinando este vasillo. Ahora te toca a ti, Ramón del diablo, ¿te ha embotado el licor la garganta?; estás más soso que una ensalada de tomates.

Poco hemos de poder mi marido y yo si no te hacemos obispo. Ya has visto este majadero de Facundo, tan obispo como San Agustín. Y al pobre Chapaprieta no le tenemos ya de obispo, porque a ése, tan engurruñado, soso y melifluo, nada se le puede hacer, como no sea madre abadesa. eres listo y nada gazmoño. Los hábitos no te sentarán como un miriñaque. Cuando sea menester, sabrás remangarlos.

A me gustaría mucho, y a los dos nos distraería. ¿Por qué no he de hacer yo, aunque soy pobre, lo que hacen las señoras ricas, que no tienen hijos? Es muy soso un matrimonio sin chiquitín». A Maximiliano le pareció bien la idea; pero doña Lupe, aunque no la contradijo abiertamente, no pareció entusiasmarse con ella.

« ardía aquello, pero sin faltar a las reglas del buen tono vetustense», decía el Marqués al Barón, que estaba ya como un tomate y cada vez más cerca de la jamona. La Marquesa tenía sueño, pero así y todo le gustaba la broma. Así debiera ser siempre le decía a Saturnino que estaba decidido a emborracharse para no desentonar. Este poblachón se va poniendo lo más soso. ¿Verdad, pollo?

Inventó retratos de Colón, e inventó igualmente ridículas historias sobre la vida del Almirante y la injusticia y crueldad de los españoles. El librero Bry continuó Ojeda fue el autor de ese cuento soso e imbécil sobre «el huevo de Colón»... ¡La suerte de ciertas tonterías!