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A veces sucedía que Marner, al detenerse para arreglar algún hilo irregular, notaba la presencia de los chicuelos. Aunque fuera avaro de su tiempo, le desagradaba tanto que lo importunaran aquellos intrusos, que bajaba de su telar, abría la puerta y fijaba en ellos una mirada que bastaba siempre para nacerlos huir asustados.

Sólo cuando estuvo con su magro equipaje sobre la cubierta de un vapor próximo á zarpar tuvo interés en conocer su rumbo: «Para el río de la Plata...» Y acogió estas palabras con un gesto de fatalista. «¡Vaya por la América del SurNo le desagradaba el país.

La persona del conde de Sorege le fué antipática desde el primer momento. Aquel personaje circunspecto y glacial que no decía nunca sino la tercera parte de lo que pensaba y no miraba jamás á los ojos de las personas, le desagradaba extraordinariamente. Era el antípoda de su modo de ser.

De un lado, resultaba un contraste violento para la pobre Melisa, en toda aquella alabanza de Sofía, y de otro, este tono confidencial le desagradaba al hablar de la primogénita de la señora Morfeo; así es que el maestro, después de algunos esfuerzos fútiles por decir algo natural, creyó conveniente el recordar otro compromiso y se fue sin pedir los informes, pero en sus reflexiones posteriores, daba injustamente la culpa al reverendo señor Mac Sangley de no habérselos procurado.

Candido estaba muy afligido con estas razones, porque respetaba á Homero, y no le desagradaba Milton. ¡Ay! dixo en voz baxa á Martin, mucho me temo que profese este hombre un profundo desprecio á nuestros poetas tudescos. Poco inconveniente seria, replicó Martin. ¡O qué hombre tan superior, decía entre dientes Candido, qué ingenio tan divino este Pococurante! ninguna cosa le agrada.

La sangre se le agolpó toda al corazón y quedó blanco como un cadáver. Después le subió al rostro y se puso como una amapola. ¡Yo!... ¡El pelo! balbució miserablemente. Y tuvo que agarrarse con fuerza a la silla para no caer. ¡No se asuste usted, hombre! exclamó ella posando cariñosamente su mano sobre la de él . Cuando yo lo he consentido es prueba de que no me desagradaba.

Había en los acordes del salón no qué de vulgar y prosaico, de áspero y poco espiritual, que me desagradaba en extremo, no obstante mi ignorancia del arte musical. El canto era todavía peor. Una señorita Luisa, que estaba muy en boga como cantatriz indígena en aquellos días, hizo el gasto principal, en algunos solos, dúos y tercetos, que el público la estimuló á repetir.

Que, por entonces, era Verónica la que merecía las preferencias corteses del incombustible caballero; que hablaban a menudo; que la conversación de él le parecía muy amena y entretenida a ella, y que, según ella podía juzgar, no le desagradaba la suya al otro; que de esta mancomunidad de complacencias, había ido naciendo como cierto propósito de variar de tema en las conversaciones, y de meter la sonda de la curiosidad en las espesuras del alma y en las profundidades del pensamiento; que se andaba tiempo hacía en preparativos de ello, más o menos ingeniosos, y que todo esto y mucho más podía hacerse entre un hombre tan desapasionado como Guzmán, y una mujer tan despreocupada como ella, sin que el amor interviniera para nada en el juego... ¡Amor!

A juzgar por las apariencias, yo era en aquellos años una criatura intratable e imperiosa, que sin el menor empacho contestaba con impertinencia y que gustaba levantarse de la mesa en plena comida cuando algo me desagradaba. A pesar de todo eso, o quizá a causa de eso mismo, todos me mimaban, y mi voluntad, si esta palabra tiene un valor aplicable a un niño, tenía fuerza de ley en toda la casa.

El cura don Sabas concurría muy a menudo y tan soso como la primera vez; pero a ya no me lo parecía después que le había visto tan «elocuente» sobre los riscos de la montaña: consagrábale por eso cierta veneración, independiente de la que le debía por su investidura y por sus virtudes, y se me antoja que no lo desconocía él ni le desagradaba.