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En fin, los dos hacían bien, los dos estaban en el deber y la verdad: ella dejándose arrastrar; él, resistiendo; ella, sin pensar en un momento en la obscuridad de Juan ni en su pobreza; él, retrocediendo ante aquella montaña de millones como lo habría hecho ante un crimen; ella, pensando que no tenía derecho para discutir con el amor; él pensando que no tenía derecho para discutir con el honor.

Un honor para la parroquia de que ella era hija. ¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella, gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas, dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple... No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue de humo flotaba sobre la chimenea de Can Mallorquí.

Muchos son efectivamente los puntos que ha dejado en blanco nuestro buen Siglo en punto a amnistía, en punto a política interior, en punto a honor y patriotismo de no qué hazañas, y en punto, en fin, a Cortes; pero más creemos que hubieran sido aún los puntos en blanco, si conforme era el 14 el siglo, hubiera sido el 19.

Por eso debemos hacer muy poco caso de ese pretendido honor con que se disfraza el orgullo y la soberbia.

Uno de sus más elevados promontorios, que sostenía tal vez en otro tiempo el templo de Apolo, lo domina ahora un monasterio de San Elías: una de sus cañadas, que recorrían las bacantes cantando Evoke en honor de Dionysos ó Baco, la habitan los monjes de San Dionisio.

Naturalmente, no siempre coincidían las ideas de los interlocutores. Y al chocarse las opiniones contrarias, se iniciaban interminables contiendas. Los contendientes barajaban en sus largas peroratas y mariscalendas las fundamentales ideas de honor, patria, verdad, progreso, etc., etc. Estas ideas eran en gran parte tomadas de la prensa local.

Arriba, en el paseo, el primero que le salió al encuentro fue Maltrana. ¿Ha oído usted la música? preguntó con cierto misterio. Ojeda quiso mostrar que estaba bien enterado. ; era en honor de un vecino suyo que celebraba su cumpleaños. No, Fernando; la música era para usted... Cosas de esos chicos, que están furiosos por la traición de Nélida. Una ironía pesada y roma como sus zapatos.

El aviso, puntualmente transmitido por Olmedo, de la visita del cura puso a Fortunata en gran confusión. Pareciole al pronto un honor harto grande, luego compromiso, porque la visita de persona tan respetable indicaba que la cosa iba de veras. No se conceptuaba, además, con bastante finura para recibir a sujetos de tanta autoridad. «¡Un señor eclesiástico!... ¡qué vergüenza voy a pasar!

Dignas de la epopeya son tales luchas, pero no se puede negar que son brutales y harto impropias de la civilizada y filantrópica edad en que vivimos. Bien están en la Iliada los juegos que celebra Aquiles en honor de Patroclo y la lucha del hijo de Panopes con el gentil Eurialo, a quien sus amigos retiran de la arena vencido, arrastrando el mísero los pies, y de la boca sangre arrojando turbia.

No había ejemplo de que ninguna hembra vasca, por alta que fuese su posición social, se negase á este honor. Aresti había visto á señoras de la rancia nobleza admitiendo el aurresku con campesinos y marineros. Era una danza ceremoniosa y parca en los contactos; el hombre y la mujer apenas si en las diversas figuras se tocaban las puntas de los dedos.