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mismo le has traído a casa; mismo me has ponderado mil veces sus prendas y sus talentos; si yo me ha confiado a él y le he tomado por guía en unas ocasiones, y por maestro y confidente en otras, por tu consejo y con tu beneplácito ha sido.

Esta certidumbre le causó a la viuda una sensación dolorosa; pero ocultó su emoción y prosiguió: El secreto se habrá entonces revelado por solo, a menos que la señora... ¿La condesa? ¡Es imposible! Sin embargo, ha sido la condesa quien me lo ha confiado.

¿No es verdad, señora, que á pesar de las malas ideas que teníais respecto de mi, me habéis creído enteramente, habéis confiado, y que después, en razón de vuestra confianza, habéis variado vuestro propósito hacia y habéis consentido en que hablemos juntos á vuestra noble prima? No, no lo puedo negar; todo esto es cierto, certísimo.

¡Qué locura!... Además, no tengo ya esas cartas... están con otros papeles en una maleta cerrada que he confiado a Máximo... Recóbrelas usted y démelas. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Me marcho a las seis de la mañana. Reflexioné un instante y dije: Máximo vive cerca de aquí, en la calle de Conde... Puede usted ir y volver en menos de media hora.

Y en pago del buen rato que me habéis hecho pasar, voy a contaros otras no menos raras y curiosas, pero que tienen la ventaja de ser más recientes. FERRANDO. ¿Cómo! GUZMÁN. Se entiende que nada de esto debe traslucirse, porque es una cosa que sólo a , a particularmente se me ha confiado. JIMENO. ¿Pero de quién? GUZMÁN. De otro modo me mataría el Conde. FERRANDO y JIMENO. ¡El Conde!

Explicó Moreno todo lo que Pirovani le había confiado al darle sus papeles y las instrucciones que añadió de palabra. Su fortuna era sólida. Antes del duelo le había entregado igualmente todo el dinero que tenía en su alojamiento. El oficinista podía costear el viaje y la instalación de ella por mucho tiempo en un lujoso hotel de Buenos Aires.

Animada Isidora al ver que no carecía su hermano de algún fundamento bueno y sólido para construir en él la persona decente, determinó que no corriera un día más sin ponerlo en un colegio. Pasados Reyes, el señorito fue confiado a un profesor que apacentaba su rebaño de chicos en un colegio de la calle de Valverde.

Pidiole perdón por no haberle confiado aquel secreto, y advirtió con grandísima pena que su suegra no se entusiasmaba con la idea de poseer a Juanín. «¿Pero sabes lo grave que es eso?... así, sin más ni más... un hijo llovido. ¿Y qué pruebas hay de que sea tal hijo?... ¿No será que te han querido estafar? ¿Y crees que se parece realmente? ¿No será ilusión tuya?... Porque todo eso es muy vago... Esos hallazgos de hijos parecen cosa de novela...».

Y salió el señor cura de la montaña satisfecho de mismo, confiado en la palabra de honor de aquel señor soso y casi tonto, que, a pesar de todo, tenía cara de honrado y de persona formal. Se puede ser fiel a la palabra y tener pocos alcances, se decía el clérigo bajando la escalera. A Bonifacio se le había ocurrido, ante todo, ver en aquello que él llamaba casualidad la mano de la Providencia.

Confiado en sus fuerzas extraordinarias, quiso hacerte frente; pero lograste pronto volcarle y fué pisoteado. El valeroso Ramiro de Tolivia midió varias veces las espaldas con su garrote á Juan de Pando, afamado en todo el valle, no sólo por su valor, sino por la habilidad en el baile.