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La innegable superioridad que tenía sobre su hermano, ¿de qué le servía? Cuanto mejor la demostraba delante de la fresca jamona, tanto más se inclinaba ésta a favor de él. Razón tenía el juez de primera instancia de Tarragona cuando le decía que la mujer era un tejido de contradicciones. Obdulia sintió que una alegría intensa, infinita, le entraba a chorros dentro del alma.

Pues así, hermana, no es posible que yo le diga con los ojos todo aquello que me recomendabas anoche que le dijese. No habían andado mucho trecho después de este breve diálogo, cuando vieron que de un corro, donde había sentada mucha gente, se levantó y destacó una señora elegantísima, aunque ya algo jamona.

¿Verdad que tiene razón Frígilis? ¿Qué dice ese sonámbulo? Que la Regenta se parece mucho a la Virgen de la Silla. Es verdad; la cara ... Y la expresión; y aquel modo de inclinar la cabeza cuando está distraída; parece que está acariciando a un niño con la barba redonda y pura.... ¡Hola, hola! ¡el pintor! Las chispas de los ojos de la jamona saltaron como las de un brasero aventado.

Con la buena parroquia y aquel cajón siempre lleno, que semejaba esportillo del Banco, acabaron los mimos y complacencias de la jamona impúdica. Hízose, sobre todo, pedigüeña en grado inaguantable. Lo primero que el pobre hombre se vio imposibilitado de comprarle fue un corsé de cuatro duros, lleno de puntillas, lazos, pespuntes y escarolados.

Ella, fiel, le estuvo esperando años y años; pasó su juventud, se hizo jamona y un día tuvo noticia de que su antiguo novio era arzobispo de Manila. Difrazóse de hombre, se vino por el Cabo y se presentó á su Ilustrísima reclamándole la promesa.

La tuya ¡pobre Rafael! no existe ya, ni aun exteriormente. Mírate bien: estás muy feo ¡hijo mío! Has perdido aquella esbeltez interesante de la juventud. Me haces reír con tus ensueños. ¡Una pasión a estas horas! ¡el idilio de una jamona retocada y un padre de familia calvo y con abdomen! ¡Ja, ja, ja! ¡Cruel! ¡Cómo reía! ¡cómo se vengaba!

En otras edades era frecuente, casi general, y no estaba mal mirado el coburguismo ilegítimo masculino, desde Ciro el Menor con Epiaxa, reina de Cilicia, señora es de creer que ya jamona, a quien aquel héroe sacaba mucha moneda, hasta los galanes caballeros de la corte de Luis XIV y Luis XV.

Carola, engolosinada por aquel fabuloso regalo de los treinta pesos, pidió más; el estanquero se deshizo en promesas, dio largas, rogó plazos, tomose prórrogas, pasaron muchos días, no llevó un cuarto, y la corista fue trocándose rápidamente de jamona complaciente y lúbrica en arpía exigente y pedigüeña.

Y atento y obsequioso, corrió a estrechar la mano de la Victoria Colonna del siglo XIX, una jamona muy madura, de metro y medio de largo y doce arrobas de peso, vestida de Safo, con corona de mirtos en la cabeza, lira de latón dorado en la mano, y en la chata nariz ¡Manes de Phaon, estaos quedos! ¡gafas de oro!...

Lo mismo era aproximarse Osuna, que ya estaba la casta jamona sofocada, inquieta, un color se le iba y otro se le venía. Pero era tal la vergüenza que sentía, que no hubiera declarado a su mismo padre las insinuaciones del sucio contrahecho. ¡Qué diferencia entre este indecente y el sereno, majestuoso y romántico D. Juan Casanova!