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Actualizado: 14 de julio de 2025
María de la Luz pareció echar a broma el asunto, pero estaba pálida y su risa tenía la crispación de una mueca triste. Porque no le quiero: porque me he cansao de él, ¡ea! Es un soso que me aburre. ¿No soy yo dueña de querer al hombre que me guste?... Fermín la habló como a una niña revoltosa. Estaba mintiendo: se lo conocía en la cara. No podía ocultar que seguía amando a Rafael.
Anita me engaña, es una infame sí... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».
Siguieron hablando de la buena fortuna. Bou la había recibido con calma y no pensaba hacer locuras. Si al fin se casaba, seguiría trabajando, con el mismo sistema de vida modesta y obscura. Pero si no se casaba, tenía el pensamiento de proporcionarse algunas satisfacciones, porque ¡voto va Deu!, no hay dinero más soso que el que uno deja a sus herederos cuando se muere. Es necesario irse al otro mundo sin poder contar por allá algo de lo poco bueno que hay en este; y luego, si viene la liquidación, si tocan a desamortizar, es triste cosa que le limpien a uno sin haber sido sanguijuela por un poco de tiempo. El trabajo es bueno, magnífica cosa, sí señor, admirable en extremo; y los holgazanes que se aprovechan del trabajo del pobre para gozar, son unos pillos, sí señor, grandes tunantes; pero el obrero que tiene una ocasión de introducirse, siquiera sea por breve tiempo, en el palacio encantado de los goces mundanos, debe hacerlo, aunque no sea sino por conocer el género de vida de las sanguijuelas y tenerlo en consideración el día en que se ajusten cuentas.
Hízolo así con éxito superior a sus esperanzas, pero su conquista le imponía la obligación de sostener indefinidamente a la víctima, y esto, pasado cierto tiempo, se iba haciendo aburrido, soso y caro. Sin variedad era él hombre perdido; lo tenía en su naturaleza y no lo podía remediar.
Bésele usted la mano... Digo no... No se la des, Clara, no la merece. El perro que estaba echado a los pies de la joven al verse molestado gruñó. ¡Muérdele, Fidel...! ¡Muerde a ese antipático, muerde a ese soso...! ¡a ese! ¡a ese! El animal, así azuzado, comenzó a gruñir de un modo amenazador y estaba a punto de arrojarse sobre el soso. Clara levantó la cabeza riendo al través de sus lágrimas.
Palabra del Dia
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