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Domeñaré su espíritu rebelde, como lo haré con otros miembros de esta abadía que necesitan severa disciplina. Y vos mismo, hermano Francisco, estáis en falta. Ha llegado á mis oídos que habéis alzado la voz en el refectorio, mientras el hermano lector comentaba la palabra divina. ¿Qué contestáis á esa acusación? El lego no chistó, ni se movió siquiera.

Allí ni un instante de reposo, allí ni siquiera noticias de Cádiz, allí ni la compañía de lord Gray, ni cartas de Amaranta, ni mimos de doña Flora, ni amenazas de D. Pedro del Congosto. Dentro de Cádiz, el sitio era una broma y los gaditanos se reían de las bombas.

En cuanto á Truchelet, disertó en vano acerca de los epitalamios, porque Clementina no le oía siquiera.

No hay que pensar, sin embargo, que nuestro joven era un animal dañino. Los maridos podían dormir tranquilos en Sarrió. Periquito pasaba la vida enamorado, cuándo de una, cuándo de otra señora, pero sin acercarse jamás ni osar siquiera enviarle un billete amoroso. Tales procedimientos no entraban en su método, el cual consistía principalmente en fascinarlas por la mirada.

No dió un solo grito, no profirió siquiera una palabra: recorrió el palacio y mató no solo á los adúlteros, sino á toda su numerosa servidumbre. Sentóse al fin y preguntó á un negro que le acompañaba: ¿qué le parece mi venganza? No bien hubo oido de él bien lo hemos hecho, señor, le pasó de una estocada. No pudo resistir á la idea de que sobreviviese su cómplice á tan bárbara matanza.

No hay nada, sin embargo, que me repugne más que la mentira. Ni siquiera gusto de apelar a ella para escribir un cuento. Y como el Conde de Alhedín existe en realidad y yo le conozco y trato, se me hace cargo de conciencia presentarle diverso de lo que es, aunque sea envolviéndole en el velo del seudónimo.

La hija menor de don Mariano había atravesado por una terrible crisis, que nadie sospechó siquiera en la casa. Mientras duró se hizo un poco arisca en el trato, más inquieta, más seria y reservada. Pero al fin su espíritu firme y su temperamento sano y equilibrado salieron vencedores.

Ni siquiera sabe salir con decencia». Iba descalza, cogidas las botas por los tirantes. Póngase usted las botas le gritó la Superiora. No me da la gana. Abur... ¡Son todas unas judías pasteleras...! Paciencia, hija, paciencia... necesitamos mucha paciencia dijo Sor Natividad a sus compañeras, tapándose los oídos.

Pensara Roussel lo que quisiera, las cartas procedían efectivamente del hijo de Bobart; había, pues, existido un amorcillo entre Herminia y él, y este solo pensamiento le exasperaba. Y, no obstante, no podía imaginar siquiera a la Virgen del Bordado cambiando amores tiernos con aquel húsar.

Lo inusitado de la cita y de la hora, movió en alto grado su curiosidad. Intentó satisfacer siquiera una parte de ella, echándome memoriales de un dulzor empalagoso; pero no me di por entendida. »Al despedir más tarde a Pepe Guzmán, le encargué mucho que no faltara la noche siguiente, para darle cuenta minuciosa del cumplimiento de uno de los trámites más importantes de mi plan.