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¡Bah, bah! refunfuñó el aludido revolviéndose un poco , no me rompas la cabeza. puedes jacer lo que te acomode, que yo bien lo que me hice. ¡Jinojo! replicó don Sabas , es que el miramiento ése fue tal, que si no topo ahora mesmo con Neluco, se pasa el santo día sin que yo me entere de lo que a ti te pasó anoche.

Yo no si todo esto era creíble al pie de la letra y fundamento sólido para su tesis; pero desde luego era simpático como chispazo escapado del martilleo sobre la principal, harto más seria y demostrable. Salieron a plaza también mis excursiones y entretenimientos desde que había llegado de Madrid. Díjele por dónde había andado y la cumbre más alta a que había subido en compañía de don Sabas.

A última hora llegaron don Sabas y Neluco: el primero resuelto a quedarse allí, sin que lo notara el enfermo, favor que le habría pedido yo si no se hubiera anticipado él a ofrecérmele; el segundo a informarse del estado de las cosas antes de retirarse a descansar.

Y esto era lo que no perdían de vista don Sabas y los que, aunque no tanto como él, eran muy entendidos en aquella casta de nublados; y por esto husmeaba el Cura el paisaje con avidez, y cortaba las apuntadas conversaciones con mandatos secos de avivar la marcha.

Cuando el uno y los otros volvieron a su ritmo sosegado y normal, llamé a don Sabas y me puse a sus órdenes. Estaba muy cerca de , encaramado en una peña en la actitud de costumbre y empezando a embriagarse por los ojos, y no sin motivo ciertamente. Arrímate un poco acá me dijo desde su pedestal calizo con manchones de musgo y poco más alto que yo . Arrímate, contempla... ¡y pásmate, Marcelo!

Al saberlo le había mandado un propio; pero como hasta el pueblo había muchas varas de camino que medir y la nevada iba espesando por instantes, aunque don Sabas procuraría no perder uno solo en cuanto se enterase de lo que ocurría en la casona, ¡fuera usted a saber a qué hora de la tarde llegaría, y si llegaría a tiempo ya!

Al fin llegamos arriba, yo por milagro de Dios, siguiendo gateo a gateo los de don Sabas; pero muerto de cansancio y empapado en sudor. Reposa unos momentos me dijo el Cura allí ; pero con los ojos cerrados, ¡y cuidado con abrirlos hasta que yo lo mande! Más por necesidad que por obediencia, cumplí al pie de la letra el mandato de don Sabas.

Salimos los que sobrábamos y cerró don Sabas la puerta por dentro. Yo no lo que pasó por entonces; pero declaro que me sentí muy conmovido y que hasta lloré, disimulándolo mucho, como si fuera una debilidad indigna de los hombres fuertes.

Me dijo, al despedirse, que don Sabas estaba ausente del lugar, auxiliando a un moribundo de otro pueblo, cuyo párroco se hallaba enfermo.

Su memoria, redactada con el espontáneo y agradable desaliño que le era propio, se reducía a exponerme, a grandes rasgos, el armazón de su obra benéfica, llamada por él «su deber»; los frutos principales de ella; lo que le costaba aproximadamente cada año en dinero, porque en paciencia, no tenía calo ni medida, y una relación de las familias de Tablanca más merecedoras, por sus especiales condiciones y virtudes, del amparo y la estimación de «la casona». Todo aquello me lo declaraba para mi gobierno solamente. El único encargo que me hacía, y muy encarecido, era el de procurar que no se desmembrara durante mi vida el patrimonio de los Ruiz de Bejos que pasaba a mis manos íntegro y tal como él le había recibido de las de su padre y éste de las del suyo, ni al heredarme mis hijos, si llegaba a tenerlos; y si no, que pasara a los de mi hermana con igual recomendación para los mismos fines, siempre que fueran compatibles con las leyes. Por de pronto y para «lo de puertas adentro» que me dejara guiar por las indicaciones del párroco don Sabas Peña; y si no vivía éste ya, de la persona que me buscaría por su mandato.