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Jehová se espanta del vicio, de la impiedad, de un solo pecado, pero no de la sangre vertida justicieramente. La sangre es el riego necesario de toda buena germinación, y el Señor la hace correr a su tiempo con la misma benignidad con que escurre los nublados sobre los surcos. Las vidas humanas no valen sino por lo que resulta de su sacrificio, como los granos de incienso.

Acostumbrado al horizonte violento de los trópicos, a esos cielos nublados y brillantes de las zonas en donde reinan los vientos alisios, estas nubes grises y suaves me acarician. La lluvia me parece caer sobre mi alma, como en una tierra seca, refrescándola y dándole alegría. Muchas veces me paso el tiempo en el balcón viendo cómo la carretera se llena de charcos y se ennegrecen las casas.

A su lado, y gateando sobre un trozo de estera, había un niño que se entretenía en manotear contra las prendas ya retorcidas que ella dejaba caer en un barreño. Paz la había visto una sola vez de lejos y teniendo los ojos nublados por las lágrimas; pero la conoció en seguida: era Engracia.

Calla, eso no se le dice a un hombre como yo. ¿Crees que pueden quedar así las cosas? No te forjes ilusiones: aquello acabó para siempre. Ya que no supiste quererme, veremos si sabes respetarme. Adiós, adiós, Juan, que se hace tarde y puede venir gente. Esto dijo con la voz penosamente entrecortada y los ojos nublados de las mal contenidas lágrimas.

Esta carta, donde al través de la firmeza y naturalidad de los conceptos, se entrevía una mano temblorosa y unos ojos nublados por las lágrimas, conmovió hondamente a nuestro héroe, y le hubiera conmovido aún más, hasta el punto quizá de marcharse aquel mismo día a Pasajes para pedir perdón a Maximina y hacerla su esposa, si desgraciadamente aquél no fuese un día crítico y terrible de su existencia.

Para pasearse por aquellos sitios han de elegirse los días nublados, húmedos y apacibles, ó bien levantarse temprano, á la hora del fresco matutino; cuando el tomillo conserva aún un poco de rocío, cuando el ágil conejo corre errante por los campos dando saltos y tumbos. Pero ya es hora de que volvamos á nuestro Océano.

Pero Dios Nuestro Señor dió bien presto á conocer que aquellas palabras no habían sido delirios de una cabeza desvanecida, sino una sincera confesión de la justa venganza del cielo. Porque á pocos días vieron salir de la iglesia en grandes nublados un humo negro y denso, que parecía se abrasaba toda ella.

Que se reanude el litigio, que se ventile entre los dos, o que no se ventile por completo; pero que se ponga en tramitación de nuevo, y eso esparcirá muchos de sus nublados y dará alguna entonación al cordaje destemplado de su máquina... Todo eso la debe el desertor, hasta por obra de misericordia. ¿Llegará a pagárselo?

Y esto era lo que no perdían de vista don Sabas y los que, aunque no tanto como él, eran muy entendidos en aquella casta de nublados; y por esto husmeaba el Cura el paisaje con avidez, y cortaba las apuntadas conversaciones con mandatos secos de avivar la marcha.

Aparte estos frecuentes nublados, la favorita no intervenía más que en los quehaceres de su cargo, sin despegarse de las niñas, a quienes acompañaba a la iglesia, tan melosa y solícita, que ellas no podían sufrirla.