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Era un lugar seguro y tranquilo, y allí podría hacer algo de provecho para su esposo. Cuando se vio en la santa pieza, de un ambiente denso por la respiración del público que había presenciado la oración de los toreros, Carmen fijó sus ojos en la pobreza del altar. Ardían cuatro luces ante la Virgen de la Paloma, pero a ella le pareció mezquino este tributo.

Flotaba en el ambiente un perfume resinoso, de acre caricia, tan denso, que parecía mascarse al respirar. Era una esencia para olfatos de gigante.

Al oeste, en el fondo del valle boscoso, hundido en la depresión de la doble sierra, el Paraná yacía, muerto a esa hora en su agua de cinc, esperando la caída de la tarde para revivir. La atmósfera, entonces, ligeramente ahumada hasta esa hora, se velaba al horizonte en denso vapor, tras el cual el sol, cayendo sobre el río, sosteníase asfixiado en perfecto círculo de sangre.

Allí también había permanecido muchos días envuelto en trapos, en un ambiente denso cargado de olor de yodoformo y humo de cigarros a consecuencia de dos cogidas; pero este mal recuerdo no le impresionaba. En sus supersticiones de meridional sometido a continuos peligros, pensaba que este hotel era «de buena sombra» y nada malo le ocurriría en él.

El velo tenía que ser muy denso porque la franqueza de Fortunata arrojaba luz vivísima sobre los sucesos referidos, y su pintoresco lenguaje los hacía reverberar... Dio ella entonces algunos cortes a su relación, comiéndose no ya las letras sino párrafos y capítulos enteros, y he aquí en sustancia lo que dijo: Torrellas, el célebre paisajista catalán, era tan celoso que no la dejaba vivir.

Parecían traer con ellos el viento de la calle a una atmósfera densa y viciada por muchos años de aislamiento; eran el pensamiento exterior, la idea sin padre conocido, el estremecimiento de la gran masa, que se introducía como un aire colado en aquel ambiente denso semejante al de una habitación donde agoniza, sin llegar a morir, un enfermo crónico.

Entonces ¡ay! es ella quien al revuelto mar dice: ¡Detente! la que apaga el rumor del oleaje y hace que el Sol magnífico, esplendente, rompa del nubarrón el denso encaje. Es ella, quien a raya pone al viento y amansa sus rigores; aliento del que mísero desmaya y quien conduce a la distante playa las barcas de los pobres pescadores.

El diferente andar de los animales nos había hecho separar unos cincuenta metros del compañero, cuando éste me alcanzó rápidamente y dándome la voz de alarma, me mostró un denso nubarrón que avanzaba cubriendo el cielo, pocos momentos antes sereno y deslumbrador como una placa reflectora.

Ambos comenzaron a caminar por detrás de los parapetos, siguiendo una trinchera, abierta en la nieve dos días antes. La nieve, endurecida por la helada, se había convertido en hielo. Los árboles, tumbados delante y completamente cubiertos de granizo muy denso, formaban una barrera infranqueable, que alcanzaba una anchura de cerca de seiscientos metros. El camino cortado pasaba por debajo.

Buscando fresas y waldmeister, Poldy se había alejado del castillo y penetrado en la profundidad del bosque, harto más de lo que solía. Así vino a encontrarse en sitio muy solitario y agreste, donde, rota la espesura que los apiñados árboles formaban con su denso follaje, había una pequeña laguna.