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Los arbustos, algunos deshojados ya desde el otoño y otros cubiertos de hoja todavía, se balancean débilmente sobre el blanco almohadón de armiño que les rodea, y con los extremos de sus ramas trazan curvas concéntricas. Un pino solitario sostiene la nieve sobre sus ramas extendidas como grandes abanicos horizontales, blancos por encima y verdes por debajo.

Cuando nada restaba por gozar, volvió el pobre barrendero á ser conducido á la calle. La nieve caía en anchos copos, y el frío era intensísimo.

En el mismo instante el ciego se sintió apretado fuertemente por unos brazos vigorosos que casi le asfixiaron y escuchó en su oído una voz temblorosa que exclamó: ¡Dios mío, qué horror y qué felicidad! Soy un criminal, soy tu hermano Santiago. Y los dos hermanos quedaron abrazados y sollozando algunos minutos en medio de la calle. La nieve caía sobre ellos dulcemente.

En el óvalo nacarino, ligeramente carnoso, del rostro, los grandes ojos italianos llameaban tempestuosos y alegres; tenía la nariz respingueña y corta, voluntarioso el mento, la boquirrita breve y roja, como la herida de un florete; alrededor de la nieve de su frente sajona, los cabellos latinos, encrespados y negrísimos, tejían un marco de ébano.

-No está para más -dijo luego- que es pueblo para gente ruin. Más quiero, ¡voto a Cristo!, estar en un sitio, la nieve a la cinta, hecho un reloj, comiendo madera, que sufriendo las supercherías que se hacen a un hombre de bien.

Los huecos y cóncavos, siempre tienen nieve aun en verano, habiendo en el invierno grande peligro de morir allí helado. Muchos han esperimentado esta desgracia, intentando pasarlas antes que la nieve estuviese en algun grado derretida.

Ya se ve... con tanta agua... Y hoy me parece que tenemos nieve. En toda mi vida no he visto un invierno tan frío como este. ¿Sabe usted que se murió el sordo, el del puesto de carne? Anoche... de repente. Yo le vi tan bueno y tan sano anteayer, y... ¡qué vida esta!... En fin, voy a ver si les saco algo a los del segundo de la izquierda. Me deben cinco meses. ¡Ay qué gente!

Allí, una cresta de rocas negras, separados campos de nieve que ostentan á ambos lados su deslumbrante blancura, parecen una diadema de azabache en su velo de muselina.

Comenzaba á despuntar la aurora, extendiendo su vaga claridad sobre las cimas escarpadas y cubiertas de manchas de nieve de la Sierra de Guadarrama, cuando me llamaron á tomar asiento en la diligencia que debia conducirme á Valladolid.

Estaba blanca y delicada como un copo de nieve; azules e hinchadas venas surcaban su enflaquecido cuello, y su frente, de una blancura tan transparente que parecía que una luz lo iluminara interiormente, estaba cubierta de gotas de sudor.