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Llegado apenas al segundo salmo, acabó él de arroparse y gritándome que procurase conducirme cual cuadraba á un piadoso fraile, apretó á correr camino arriba como si lo persiguieran los demonios.

Ya le parece que me está viendo en el altar, al que está convenido que debe conducirme nuestro primo el comandante Harmel. Yo creí que aquí se detendrían los arreglos futuros, pero nada de eso. Al darme, hace un momento, el beso de la noche, la abuela me ha preguntado muy seria si me gusta más el terciopelo o el raso... ¿Para qué, abuela? Para tu traje, hija mía, para tu traje de boda.

Una rica litera me esperaba a la puerta de Ung-Tsen-Men, para conducirme a través de Pekín, hasta la residencia militar de Camilloff. Ahora, la muralla, vista de cerca, parecía levantarse hasta los cielos con todo el horror de una construcción bíblica.

No se trataba entonces de llevarme a ver la ciudad, sino de conducirme a la Embajada Francesa: ¡Französische Ambassad! repitió el fondista dos veces. Pero mi sorpresa fue mucho mayor que la suya, cuando le vi volver la espalda al barrio noble, entrar en una larga ronda de arrabal, llena de fábricas, casas de obreros y jardinillos, atravesar las puertas y conducirme fuera de la ciudad.

El cielo, mi cielo, el universo, el mío, la eternidad, mi eternidad, la gloria de las glorias, la mía, todo se concentra en él: y todos los caminos, los de esta vida y los de la otra, son calvarios y sendas de espinas sin su compañía y sin el brazo suyo para conducirme. Mi alma ya no es mía; está trasfundida en otra. Mi corazón ha perdido su ritmo propio para latir a compás de otro.

¡Un buen almuercito! me decía Mamette al conducirme a la mesa; pero es sólo para usted, porque nosotros ya comimos esta mañana. A cualquier hora que se visite a esos pobres viejos, siempre han comido por la mañana.

El 17 al amanecer roguéle al práctico Guzman fuera á ver si encontraba dicho fuerte, y que me trajése caballo para conducirme, pues me hallaba algo enfermo. Salió en dicha solicitud, y á las ocho de la mañana trajéronme caballos dos partidarios, y á la legua de camino llegué á dicho fuerte, que dista de las juntas del Rio de Tarija con el de Centa dos leguas.

»Cuando el cansancio de tan ruda batalla prestó un poco de sosiego a mi discurso, comprendí que, con haber pensado tanto, no había pensado en nada útil, y que era preciso pensar en algo, buscar una puerta para salir de aquel antro sombrío, si es que el antro tenía salida que no fuera para conducirme a otro más tenebroso.

Comenzaba á despuntar la aurora, extendiendo su vaga claridad sobre las cimas escarpadas y cubiertas de manchas de nieve de la Sierra de Guadarrama, cuando me llamaron á tomar asiento en la diligencia que debia conducirme á Valladolid.

¡Calla, maldito, calla! le dije al fin . No desplegues tus labios y no me martirices sacándome de los sueños que encantan para conducirme a las realidades que matan. ¡Calla, maldito, calla!