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El médico interrumpió su lectura y exhaló un profundo suspiro, al enjugar el sudor de su frente. Roberto se había parado de un salto; por un instante miró fijamente, como cegado por un rayo, el círculo luminoso de la lámpara, luego se precipitó hacia el anciano; parecía querer arrancarle el papel de las manos. ¿Está escrito allí? balbució. ¡Lee mismo! Siguió un largo silencio.

Y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor; y que si a los que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas.

Lo que ustedes están oyendo; a bofetada limpia y llamándola al mismo tiempo cuanto puede llamarse a una mujer profirió trabajosamente el viejo libertino, volviendo a limpiarse el sudor. ¿Y usted qué hizo? ¿Yo?... Ya ven ustedes lo que hice... escapar. Los ojos se me nublaron. No vi más que una masa de gente que se levantaba gritando, riendo.

En ella, como en surcos misteriosos Fructifican los gérmenes hermosos Que fecunda la sangre y el sudor, Y dia y noche la ciudad invicta Guardando con amor su arca bendita Vela al pié del sagrado pabellon.

Rompe mis cadenas, dame un hanjar, y toma con mi cariño la última lágrima de mi sangre; pero antes de todo, déjame vengar. Mira, tus Estados son grandes, son fértiles, pero el fruto más puro y la flor más linda revelan siempre la fatiga de un esclavo, el sudor de un infeliz.

No deseaba éste otra cosa. Media hora después, limpiándose el sudor con su pañuelo de percal aplomado, hacía don Silvestre en casa de su amigote un resumen exacto de los acontecimientos de su primera salida por las calles de la corte.

Así es como la saliva es algunas veces ácida y el sudor alcalino, lo cual es lo contrario del estado normal.

Pero cinco minutos después el dolor comenzó de nuevo, más cruel que antes. Ben-Tovit se sentó en la cama y empezó a balancear el cuerpo acompasadamente. Su rostro adquirió una expresión de sufrimiento, y en su gran nariz, que había palidecido, apareció una gota de sudor frío.

Luego, sin mirarle, emprendí una carrera desesperada, loca, al través de las calles. Llegué á las afueras de la ciudad y allí me detuve jadeante y sudoroso. Aquel guardia me conocía. Lo más probable es que viniera á preguntarme algo referente á mi yerno. Mi conducta extravagante le había llenado de asombro. Mi sudor se tornó frío de repente.

Se habían sentado un momento al borde del camino, agonizantes de cansancio, para respirar sin el peso de la mochila, para sacar sus pies del encierro de los zapatos, para limpiarse el sudor, y al querer reanudar la marcha les era imposible levantarse. Su cuerpo parecía de piedra. La fatiga los sumía en un estado semejante á la catalepsia.