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Actualizado: 13 de junio de 2025
Miraba al través de los cristales el cielo lluvioso y triste, la plaza mojada, los copos sueltos de nieve, la muchedumbre que transcurría a paso acelerado bajo los paraguas chorreantes.
Luego, cuando llegan los primeros calores del verano, la nieve se funde rápidamente en agua, para aumentar el caudal de las corrientes ocultas, y la hierba, que parece abrasada por un incendio, reaparece á la luz y adquiere nuevamente su color verde.
Aquí un árbol cargado de largos racimos purpúreos contrasta con las copas, ya celestes, ya del dorado mas puro; allá sobresale una cima blanca como la nieve junta al rosado mas tierno.
Si pasa desde el fondo de las simas á la arista de los precipicios y en todas las variadas formas que se ofrecen á la vista, conserva el monte su inmaculada blancura. Si ilumina el sol la superficie de la nieve, se ven brillar innumerables diamantes; si el cielo aparece bajo y ceniciento, los elementos parece que se confunden. Jirones de nubes y montecillos nevados no se diferencian unos de otros.
Ya se veían los amplios sombreros negros trepar por la ladera a través de la nieve, con el fusil a la espalda y marchando tan de prisa como podían, y, sin embargo, Juan Claudio salió al encuentro de ellos, sudoroso, con la mirada huraña, y les gritó con voz enérgica: ¡Vamos! ¡Vamos!... ¡Más de prisa! ¡A ese paso no llegaréis nunca!
El fenómeno que ofrecían Serafina, Julio y Gaetano, era tan admirable como si las golondrinas se hubieran quedado a pasar un invierno entre nieve. Sólo que de las golondrinas no se hubiera hecho comidilla para decir que las alimentaban los gorriones, por ejemplo. Y de la larga estancia de los cómicos, contratados unas temporadas, otras no, se decían horrores.
Llovía, yendo acompañada el agua de copos de nieve. Todo era negro: el cielo, las paredes de enfrente, un alero goteante que alcanzaba a ver, el pavimento fangoso de la calle, los techos de los coches brillantes como espejos, las cúpulas movibles de los paraguas. Las once. ¡Si fuese a ver a doña Sol! ¿Por qué no? La noche anterior había desechado este pensamiento con cierta cólera.
A la vez que un lacayo le quitaba de los hombros la negra capa salpicada de nieve, Bracamonte repuso: Que se pretende dar parte al Santo Oficio en la causa de Antonio Pérez, para burlar de esta suerte los Fueros de Aragón.
Las Maimaison descollaban rosadas y turgentes, como un hermoso seno; las té se deshacían, dejando pender sus desmayados pétalos; las de Alejandría, erguidas y elegantes, vertían su copa de esencia embriagadora; las musgosas reían irónicas con sus labios de carmín, al través de una barba tupida y verde; las albas desafiaban a la nieve con su fría y cándida belleza, con su rigidez púdica de flores de batista.
La nieve caía con la misma constancia, puede decirse con el mismo encarnizamiento. Las piernas le temblaban al pobre ciego lo mismo que el día primero en que salió a cantar; pero esta vez no era de vergüenza, sino de hambre.
Palabra del Dia
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