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Las paredes cubiertas de tapices soberbios, los mejores de la colección que la familia poseía; los muebles flamantes, estilo Luis XV, traídos de Madrid con la magnífica cama de ébano incrustada de marfil que se veía en la alcoba, en los primeros meses del matrimonio, cuando D. Pedro se esforzaba inútilmente en ganar el corazón de su joven esposa.

Sin duda, el surtido de ébano se había agotado en aquella parte de África, porque no pudieron traer mas que veinte o treinta negros encadenados. ¡Y qué personal! Viejos, tiñosos, ulcerados: un espectáculo horrible. El doctor Cornelius se encargó de ellos para ver si los dejaba presentables.

Linda era la antesala, pintado el techo con los bordes de guirnaldas de flores silvestres, las paredes cubiertas, en sus marcos de roble liso dorado, de cuadros de Madrazo y de Nittis, de Fortuny y de Pasini, grabados en Goupil; de dos en dos estaban colgados los cuadros, y entre cada dos grupos de ellos, un estantillo de ébano, lleno de libros, no más ancho que los cuadros, ni más alto ni bajo que el grupo.

Ferragut no podía explicarse cómo la criatura-reptil de la arena, con una eterna perla verde colgando de sus narices, era aquella misma joven esbelta, de un moreno pálido de arroz, que ostentaba su abultada cabellera semejante á un casco de ébano, con dos pequeñas espirales ante las orejas.

Fuéle respondido por el capitán negro: Vuestra nariz es larga, y la nuestra chata; vuestro cabello es liso, y nuestra lana riza; vuestra cutis es de color ceniciento, y la nuestra de color de ébano; por consiguiente, en virtud de las sacrosantas leyes de naturaleza, siempre debemos ser enemigos.

Los faroles situados en torno del monumento iluminaban sus bases gigantescas y los pies de los grupos escultóricos. Más arriba se cerraban las sombras, dando al claro monumento la negra densidad del ébano. Atravesaron la plaza y el Arco. Al verse bajo la bóveda, que repercutía, agrandado, el eco de sus pasos, se detuvieron.

La doctora se levantaba las faldas para evitar su contacto, lanzando al mismo tiempo risas nerviosas que disimulaban su terror. De pronto, Freya gritó, señalando con un dedo la base del antiguo altar. Una culebra de color de ébano, con el lomo moteado de manchas rojas, desenroscaba sus anillos sobre las piedras lenta y solemnemente.

En el óvalo nacarino, ligeramente carnoso, del rostro, los grandes ojos italianos llameaban tempestuosos y alegres; tenía la nariz respingueña y corta, voluntarioso el mento, la boquirrita breve y roja, como la herida de un florete; alrededor de la nieve de su frente sajona, los cabellos latinos, encrespados y negrísimos, tejían un marco de ébano.

El humor español se hizo reservado y sombrío. Una verdadera peste de melancolía se propagó por todo el país como un vaho de purgatorio, inficionando las almas. Los hidalgos vestían de luto; la madera al uso era el ébano. Jamás fue tan lúgubre el aparato de la muerte. El espíritu se empeñó en extraer sus ideas primordiales del sepulcro mismo y de sus terribles podredumbres.

La forma de aquel reloj recordaba las aficiones poéticas del jurisperito. Parado, siempre mudo, siempre señalando la misma hora, me parecía aterrador como la eternidad. Entre un estante y la pared estaba otro reloj de pesas, en larga y estrecha caja de ébano, siempre andando, siempre arreglado.