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No era amplia, pero ostentaba enorme retablo de madera dorada, al estilo de churriguerra, zócalo de azulejos, y pavimento de mármol en locetas blancas y negras, alternadas. Lo que más me llamaba la atención eran los sepulcros de mis antepasados.

Allí la gente robusta de la montaña podía cenar alegremente, teniendo por toldo el bellísimo cielo de invierno, que ostentaba a la sazón, en su fondo obscuro y sereno, su ejército infinito de estrellas. La casa estaba coquetamente decorada con el adorno propio del día.

Y la comida dió principio, ceremoniosa, fría, con largos intervalos de silencio. Todos estaban cohibidos, aplastados por la grandeza del personaje que tenían delante. Este ostentaba una calva lustrosa que le tomaba casi toda la cabeza. Los pocos cabellos de la parte posterior y de los lados eran negros a pesar de sus cuarenta y seis años. Sus menores gestos eran observados con atención idolátrica.

Ferragut no podía explicarse cómo la criatura-reptil de la arena, con una eterna perla verde colgando de sus narices, era aquella misma joven esbelta, de un moreno pálido de arroz, que ostentaba su abultada cabellera semejante á un casco de ébano, con dos pequeñas espirales ante las orejas.

Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa; al anochecer, salió del brazo de Miranda; llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores; pendía de su cintura el espejillo; en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles.

Las muchachas canacas, con sus sombreros trenzados y sus vestidos de algodón de colores, pasaban, de vuelta del mercado, mostrando las cestas llenas de pescados y respondiendo con sonrisas á las miradas de los soldados de marina. El vigilante acortó el paso y Tragomer vió delante de él una construcción bastante vasta en la que se ostentaba la bandera tricolor.

Frígilis sonrió como un filósofo y echó a andar delante. Era un señor ni alto ni bajo, cuadrado; vestía cazadora de paño pardo; iba tocado con gorra negra con orejeras y por único abrigo ostentaba una inmensa bufanda, a cuadros, que le daba diez vueltas al cuello. Lo demás todo era utensilios y atributos de caza, pero sobrios, como los de un Nemrod.

El tal pueblo, de disperso y pobre caserío, ostentaba sobre el montículo más elevado de los varios que forman su escabroso término, un edificio cercano a la iglesia, que no abultaba más que él, como si hubiera querido lucir sin estorbos y para que fueran bien vistas de todos, propios y extraños, las únicas grandezas que posee.

Los Masamudes, los Aliatares, los Benegas y otros muchos caballeros de las familias nobles, disponían cuadrillas, cañas y torneos; las damas, parientas de la futura Sultana, trazaban en sus cármenes y jardines los festejos y zambras con que habían de celebrar tan venturoso enlace, y los mercaderes de joyas, telas, esencias y otros objetos preciosos se encontraban en todas partes, y en todas partes eran echados de menos, pues tanta era la viva curiosidad por ver, y ansia por comprar y apoderarse a todo precio de tanta preciosidad, propias del lujo oriental y del fausto que en aquella época ostentaba la árabe corte de Granada.

El cura sacudía la cabeza con aire satisfecho, tomaba rapé con entusiasmo y repetía en todos los tonos: ¡Bien, muy bien! Durante todo este tiempo entreteníame yo en contar las manchas de su sotana y en imaginarme lo que parecería con peluca negra, calzón corto y casaca de terciopelo rojo, como la que mi tío abuelo ostentaba en su retrato.