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Peces azulados, rojos, grises y blancos, surcan como rayos la cristalina agua ó pasan bajo las guirnaldas del bosquecillo acuático como si pasaran bajo arcadas triunfales.

En el interior se veian numerosos y humildísimos sepulcros casi á flor de tierra, en medio de los cuales se destacaban innumerables cruces negras coronadas de guirnaldas, y con hojas negras de laton en que se veian en letras blancas ó amarillas los nombres de los que reposaban en la paz de la inmortalidad.

Por debajo de la torre se va, sin poder hablar del asombro, a lo jardines llenos de fuentes, y rodeados de palacios, y el más grande de todos al fondo, donde caben las muestras de cuanto se trabaja en la humanidad, con la puerta de hierro bordado y lleno de guirnaldas, como se labraba antes el oro de los ricos; y sobre el portón, imitando la bóveda del cielo, la cúpula de porcelanas relucientes; y en la corona, abriendo las alas como para volar, una mujer que lleva en la mano una rama de oliva: a la entrada del pórtico está, con una mano en la cabeza de un león, la Libertad, en bronce.

En las grandes ventanas del primer piso trepaban por jambas y cornisas unas guirnaldas formadas con anclas y delfines, testimonio de las glorias de esta familia de navegantes. Sobre sus remates abríanse enormes conchas.

En días de gran venta, cuando había muchas señoras en la tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pañuelos, la lóbrega tienda semejaba un jardín. Barbarita creía que se podrían coger flores a puñados, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar canastillas y adornarse el pelo. Creía que se podrían deshojar y también que tenían olor.

Los guerreros de la Guardia, siempre con una mano en la empuñadura de la espada y acariciándose con la otra sus rizosas melenas, miraban á lo alto, sonriendo á las señoritas, emocionadas bajo sus guirnaldas de flores y sus velos.

La penumbra era favorable a los planes de las muchachas; aprovechando la ocasión propicia, acercáronse disimuladamente las dos mayores a don Pedro, y mientras Rita le plantaba en la cabeza un sombrero de tres picos, Manolita le echaba por los hombros una chupa color tórtola, con guirnaldas de flores azules y amarillas. Fue de confusión el momento que siguió a esta diablura sosa.

Fernando sintió el temblor que avisa la llegada de la fortuna, la emoción que precede a los grandes triunfos... ¡La vida es hermosa!... Y un estremecimiento del brazo adorable pareció responderle ensalzando mudamente la belleza de una existencia que puede elevarse, gracias al amor, por encima de todas las realidades. Se vieron de pronto debajo de las banderas y las guirnaldas eléctricas.

Todos los domingos por las tardes, al entrar el maestro por el camposanto, se sorprendía de encontrar arrojadas allí algunas flores silvestres, tomadas en el húmedo pinar, como también toscas guirnaldas prendidas de la pequeña cruz de madera.

Amaba la tranquila libertad del campo y pasaba los días bajo un emparrado adornado con guirnaldas de madreselvas, cultivando la amistad de los jilgueros que venían á cantar para ella, revoloteaban al alcance de su mano y comían miguitas de su merienda.