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La imaginación, la loca de la casa, le ponía delante el cuadro aterrador: «Emma saltaba de la cama con su gorro de dormir, pálida, huesuda, echando fuego por los ojos y avanzaba en silencio hacia él, estrujando en la mano temblorosa un recibo que D. Juan Nepomuceno acababa de entregarle, impasible, como siempre, envuelto en la dignidad de sus patillas. ¡Lo sabía todo!

El cura avanzó en aquel instante con los sagrados óleos. Todos los circunstantes doblaron la rodilla. Reinó silencio aterrador, que sólo interrumpía el murmullo del clérigo y el estertor del moribundo. Cuando aquél concluyó, Baldomero dirigió otra sonrisa a su hermano y le tendió la mano diciendo con trabajo: Mis chiquitine...

Sus brazos se abrieron y buscaron en el aire un punto de apoyo. Trató de arrancarse el estilete de acero que tenía clavado, dió dos pasos vacilantes, sus rodillas flaquearon y cayó dando un suspiro aterrador. Al caer, la aguja se lo introdujo hasta la cabeza de zafiros. Sufrió una convulsión que le hizo volverse de espalda y se quedó inmóvil.

Aquello era hacer justicia; la pena sentenciada inmediatamente, y nada de papeles, pues éstos sólo sirven para enredar á los hombres honrados. La ausencia del papel sellado y del escribano aterrador era lo que más gustaba á unas gentes acostumbradas á mirar con miedo supersticioso el arte de escribir, por lo mismo que lo desconocen.

Además, las dos jóvenes lloraban que era un desconsuelo. Sucedióle á Montiño lo que á muchos que se creen invencibles antes del combate: huyó á la vista del enemigo. Y huyó, literalmente hablando. Luisa, al verle huir, sintió una especie de perverso consuelo. Había adivinado algo aterrador en Montiño. Se había visto descubierta. Había temblado. Pero al huir Montiño se tranquilizó.

Los indios calchaquies se habían sublevado en otro tiempo, matando á los mineros, destruyendo sus pueblos y cegando los filones auríferos, de tal modo, que era imposible volver á encontrarlos. El paisaje se hacía cada vez más desolado y aterrador. Sobre esta altiplanicie, donde caía la nieve en ciertos meses, sepultando á los viajeros, no había ahora el menor rastro de humedad.

A veces reía yo, jugaba y me deleitaba contigo; pero, cuando más contento estaba, surgía como espectro, como aterrador fantasma, de las profundidades de mi ser, el mismo amor ultrajado, el cual me azotaba rudamente con el azote de los remordimientos.

Cuando hallaba ocasión, echaba una puntadita; pero doña Lupe tenía más conchas que un galápago, y se hacía la tonta... pero tan tonta que habría que pegarle. Apretado por el crecimiento aterrador de su deuda flotante, el filósofo desplegaba un tesón y constancia más que fraternales en el cuidado de Maxi.

Al finalizar el acto, algunos amigos indiscretos quisieron aplaudir, pero el público se les vino encima con un inmenso y aterrador chicheo.

Los que navegan hoy cómodamente por aquel estrecho, a bordo de un barco de vapor, no pueden ver la sublimidad de la escena ni pueden sentir el pasmo aterrador de los que por vez primera le cruzaron. No van, como Morsamor iba entonces, en frágil barco y a merced del viento, que se oponía a su marcha, si era contrario, o si amainaba, casi le dejaba inmóvil a pesar de las más hábiles maniobras.