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Actualizado: 10 de junio de 2025
y la furia con que bate los ijares del corcel, desgarrándolos cruel con el agudo acicate; y el siniestro, el ronco grito con que excita al corredor, el aspecto aterrador le dan de un genio maldito. Fieros, el rastro siguiendo, ante el rápido corcel, vienen perros en tropel ladrando, aullando, latiendo.
Esa terrible enfermedad de la juventud; ese aterrador despertar de los más hermosos sueños del amor; ese descarnado fantasma, que inflexible, rígido, implacable, avanza y avanza siempre cual si lo empujara la maléfica influencia de la maldición del réprobo; esa enfermedad, tormento de la ciencia que busca siempre el calor del alma, que se desarrolla al compás del amante corazón, y que nunca retrocede, se apoderó de la pobre existencia de Lola.
Y volvió á leer la carta palabra por palabra, sílaba por sílaba, letra por letra; la devoró con una mirada hambrienta, como pretendiendo traslucir el misterio que bajo aquellas letras se revolvía, grave, misterioso, aterrador, y volvió á arrugar con cólera la carta entre sus manos. De tiempo en tiempo consultaba con impaciencia la muestra de un enorme reloj de pared.
El espectáculo que éste ofrecía era tan aterrador, que Andueza se puso de un brinco sobra la silla, y aplicando espuela al caballo, pardo al escape, no sin gritar a sus compañeros de orgía: ¡Agarrarse, muchachos, que el mar se sale y apaga el sango!
No hay nada en el mundo más imponente y aterrador que un joven bien vestido que lleva debajo del brazo el manuscrito de un drama.
Al otro, en las sepulturas espaciadas y sin adornos, partidas fuertes, guarismos abultados, cifras de un laconismo aterrador. Cercas de palos largas y estrechas limitaban estas zanjas rellenas de carne. La tierra blanqueaba como si tuviese nieve ó salitre. Era la cal revuelta con los terrones.
Señora, cuando vuelva de cumplir sus deberes de caballero en los campos de batalla, le haremos que se penetre bien de las máximas contenidas en la historia de Alejandro el Grande. Doña María, cuya dignidad no podía consentir que semejante asunto se tratara delante de personas extrañas, hizo callar a D. Paco, y también impuso silencio a su hijo con gesto aterrador.
«¿No está D. Juan?» le preguntó la Sanguijuelera extrañando no ver allí al dueño del establecimiento. El huso vivo movió bruscamente la cabeza para decir que no, sin dignarse expresarlo de otro modo. «¿Pero dónde está mi hermano?» preguntó Isidora con angustia. La anciana señaló a lo obscuro, diciendo con aterrador laconismo: «En la rueda».
Pero en cada claro asomaba otro soldado azul, y el frente de columna se rehacía al instante, acercándose imponente y aterrador. Acelerábase su marcha al hallarse cerca; iban a caer como legión de invencibles demonios sobre las piezas para clavarlas y degollar sin piedad a los artilleros.
La forma de aquel reloj recordaba las aficiones poéticas del jurisperito. Parado, siempre mudo, siempre señalando la misma hora, me parecía aterrador como la eternidad. Entre un estante y la pared estaba otro reloj de pesas, en larga y estrecha caja de ébano, siempre andando, siempre arreglado.
Palabra del Dia
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