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Y por una de esas gradaciones que son el secreto de los grandes actores, la carcajada se hizo opaca, se convirtió en suspiro, luego en lamento; y desasiendo ella su mano de la del príncipe, se cubrió los ojos y ladeó la cabeza, mientras un estertor oprimía su pecho. Lloraba.

Las luchas, las alegrías, los dolores de estos pobres diablos que nos movemos por la tierra, ¡qué valor tienen, qué significan ante la paz augusta de los cielos! Para ellos lo mismo pesa la caída de un imperio que la de una hoja, lo mismo suena el suspiro de una niña enamorada que el estertor de un moribundo. «La naturaleza es sorda dijo el gran Leopardi y no sabe compadecer

A continuación, todo el buque pareció cubrirse de aullidos de dolor, de gritos de sorpresa, de carreras de gentes enloquecidas por el pánico, de órdenes enérgicas. Por las dos chimeneas del paquebote se escaparon torrentes mugidores de humo negro, al mismo tiempo que debajo de la cubierta empezaba un jadeo ruidoso, igual al estertor de un gigante moribundo.

Parecía trastornada, enferma, su respiración anhelante tomaba a veces el estertor del sollozo; inclinaba la cabeza sobre un hombro y desahogaba su pecho con suspiros interminables. El joven callaba obediente, temiendo que el recuerdo de su torpe audacia surgiera de nuevo en la conversación, sin ánimo para acortar la distancia que les separaba en el banco.

Brillante se moría de una enfermedad extraña, de un nombre raro que Nelet no podía recordar; pero lo cierto era que estaba ya en la agonía. Y el pobre caballo, como si quisiera afirmar las palabras de su amigo o reconociese a sus amas, levantaba la pesada cabeza, lanzando su estertor angustioso. Aquello partía el corazón a las tres mujeres. ¡Brillante! ¡Pobrecito Brillante...!

Y esto fue largo, muy largo, pues que llegó a medirse por horas, con algunos descansos breves, durante los cuales se movían o se renovaban muchos de los congregados, andando de puntillas y devorando suspiros y sollozos, y volvía a oírse adentro el estertor acompasado del moribundo, y afuera el mugir de los vendavales.

La sangre corría con tal abundancia, á pesar de los pañuelos que le ataron, que en breve se hizo un charco á su alrededor. Los niños, á cierta distancia, contemplaban con ojos de espanto y dolor la muerte de su fiel amigo. La respiración del Canelo era cada vez más fatigosa y anhelante: después se fué poco á poco amortiguando, escuchándose un estertor débil y profundo. Se le vidriaron los ojos.

Bien sabía, naturalmente, que los cisnes no cantan al morir; pero pensaba, con mucha razón, que toda leyenda responde a sus causas... El cisne, aunque no cantase, podía tener su agonía especial, su estertor, sus actitudes plásticas... Todo ello, visto y analizado personalmente, iba a sugerirle interesantes ideas poéticas.

Ya del carro de la vida Los corceles fatigados Caen al suelo postrados Con anheloso estertor; Y ya el genio de la muerte Gira en torno á mi cabeza, Cual ave que de su presa Va volando en derredor. Como el náufrago se abraza De las astillas flotantes, De las horas vacilantes Me abrazo con ansiedad; Pero en vano, que la urna De mis años, agotada, Sobre el abismo inclinada Se , de la eternidad.

El revólver del señorito quedó asomando a la abertura del bolsillo, sin que la mano tuviese fuerzas para tirar de él. Vaciló Dupont sobre sus pies, sonó un ronquido de bestia degollada; un estertor que aceleró los borbotones del chorro negro que salía de su cuello, como un caño roto.