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Una carretela abierta, donde iban toreros, se acercó un instante al costado de la de Miguel y siguió adelante. Era la del Cigarrero, que contestó al saludo de Enrique y Miguel con la gravedad afable que le caracterizaba. El Serranito y Merluza, que iban con él, saludaron con más expansión. Me brindarás un par, ¿no es verdad, Baldomero? gritó Enrique.

Realmente dijo Ricardo, es más bien buena moza... ¡y ha de haber sido linda! ¿Anastasio la castiga, Baldomero? preguntó como dudando Melchor. ¡Si veinte veces la ha echado del rancho!... pero, ¿a dónde va a ir la infeliz? ¿Por qué no la trae al campo, Baldomero?... Aquí habría trabajo que darle... en el puesto de las aves... o para lavar. Para eso ... nunca estaría de más.

Y en este desabridísimo noviazgo pasaron algunos meses, al cabo de los cuales Baldomero se soltó y despabiló algo. Su boca se fue desellando poquito a poco hasta que rompió, como un erizo de castaña que madura y se abre, dejando ver el sazonado fruto.

Si no me altero, ché repuso Melchor apaciblemente; pero alzando de nuevo el tono de la voz exclamó; ¡sólo que no le voy a permitir a Lorenzo ni a nadie, que me falte en mi casa! Yo soy incapaz de ofenderte dijo Lorenzo en el mismo instante en que entrando al comedor y dirigiéndose a Melchor, dijo Baldomero: Quiere venir un momento, don Melchor... ¿Para qué?...

¡No vaya a hablar solo también; no sea el diablo que lo tomen por loco...! ¿Y usted cree, Baldomero, que no hay más locos que los que hablan solos?... ¡Qué voy a creer, señor!... ¡si hay locos de toda laya!... locos de hambre... esos que hay ahora que les dicen locos de verano... ¡Si hasta hay locos por... la Pampita!..... Eso de los locos de hambre, ¿lo ha dicho por ?...

Hipólito tenía listo el break y Baldomero tomaba mate en compañía de Garona, que hecho a las costumbres criollas, había aprendido a «hacer roncar un cimarrón» según la gráfica frase con que se da a entender que se ha sorbido hasta la última gota del mate.

¡Pero, si usted se fue a conversar con don Melchor!... Le digo por broma, Baldomero; si yo prefiero la leche. ¿Y al fin?... ¿Nos vamos a pasar aquí la mañana? ¡Cuando quieran!... ¿Van a ir a caballo? preguntó Melchor. Si hemos de ir hasta lo de Anastasio, prefiero el coche. No, Lorenzo, iremos otro día; vamos a dar una vuelta por el campo, no más.

Aquí está Baldomero, don Melchor; ¿para qué me necesita? dijo tomándose en alto con ambas manos de los barrotes de la ventana que daba al corredor. ¿Ya tomó café, Baldomero? ¿De desayuno?... todavía no, don Ricardo contestó Baldomero festejando su propia ocurrencia. ¡Qué! ¿Es tan tarde?... ¡No, señor!... luego va a ser más tarde...

Al caer Lorenzo, el perro huyó despavorido, con la cola entre las piernas; el tostado se quedó mirando a Lorenzo con profundo asombro, sin comprender, evidentemente, la razón de aquella caída, mientras Baldomero corría hacia el caído, que se levantó diciéndole: ¿Vio qué corcovo, eh?... ¿Se ha hecho daño, don Lorenzo? No; ¡si en cuanto empezó a corcovear me bajé!

Usted parecía enojado y cuando usted volvió a sentarse con nosotros vi que él se besaba la señal de la cruz y hablaba en voz baja con el compañero, como profiriendo una amenaza. ¡Para que usted lo viera, don Lorenzo! ¿Qué quiere que haga ese laucha? Era Martín, ¿no, Baldomero?