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Saludaron a la presidenta y arrojaron con garbo las capas de gala a los amigos, cambiándolas por las de uso. De todos los tendidos se oían voces saludando a los lidiadores: éstos cambiaban gritos y saludos con los espectadores, y sostenían conversación con ellos en alta voz. Hasta aquí todo marchaba perfectamente.

Habíase izado la bandera en las dos popas, y los alemanes la saludaron con un entusiasmo gritón: «¡Hoch!... ¡hoch!». La música del Goethe subió a la cubierta de los botes, y en los intermedios del bramar de la chimenea oíanse los golpes del bombo y el armónico mugido de los instrumentos de metal.

Eran dos jóvenes estudiantes de los muchos que por aquella época se veían no sólo en las grandes ciudades sino en los caminos y ventorrillos de casi toda Inglaterra. Disputaban más que comían y saludaron alegremente al recienllegado. ¡Venid aquí, camarada! dijo uno de ellos, bajo y rechoncho. Vultus ingenui puer.

Moreno y Sánchez se saludaron cortésmente. Ni uno ni otro podían sospechar en aquel momento lo que tal saludo iba a representar en la historia del progreso humano. Cambiadas algunas palabras indiferentes, Sánchez se quiso enterar de lo que Moreno hacía.

Doce campanadas saludaron la entrada del Año Nuevo. Todo desapareció de súbito á los ojos de Pacorrito: Princesa, palacio, muñecos, emperadores, y se quedó solo. Se quedó solo y en obscuridad profunda. Quiso gritar y no tenía voz. Quiso moverse y carecía de movimiento. Era piedra. Lleno de congoja esperó.

Al verle avanzar por el campo de la ejecución con paso vacilante á causa de su obesidad, una risotada salvaje cortó el trágico silencio. Los grupos de soldados sin armas que habían acudido á presenciar el suplicio saludaron con carcajadas al anciano. «¡A muerte el cura!...» El fanatismo de las guerras religiosas vibraba en su burla.

Reconocidos de una y otra parte los Genoveses fueron los primeros que les saludaron, con que los nuestros dejaron las armas, y como amigos y aliados se comunicaron y hablaron.

Ella permaneció en París, y de tarde en tarde escapaba a la Península para ver a su marido, restableciéndose entre los dos por breves días cierto simulacro de reconciliación; pero en realidad según las amigas , estos viajes eran únicamente para procurarse dinero. Los ojos de María Teresa parecieron atraerle, y los dos se saludaron como antiguos conocidos.

Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron a caminar todos juntos.

La niña, hízole, entonces, disimuladamente, una señal para que siguiese más lejos y, cuando creyó haber burlado la vigilancia de las dueñas, pidiole que pasara a su jardín. Se saludaron como en un estrado y Ramiro no acertó a balbucear uno solo de los ingeniosos conceptos que había ordenado para decirla. Aquel juego se repitió muchas veces.