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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Hago lo que puedo, niño dijo José, levantando las copas de la mesa; no soy muy baquiano en tender camas. ¡Si lo digo en broma, José! Usted las tiende perfectamente... mal agregó Melchor, en momentos que José se alejaba llevando una bandeja al antecomedor. ¿Quedamos entonces que a doña Ramona la va poner en ese cuarto? Eso es, Baldomero.
El idilio se acentuaba cada día, hasta el punto de que la madre de Barbarita, disimulando su satisfacción, decía a esta: «Pero, hija, vais a dejar tamañitos a los Amantes de Teruel». Los esposos salían a paseo juntos todas las tardes. Jamás se ha visto a D. Baldomero II en un teatro sin tener al lado a su mujer. Cada día, cada mes y cada año, eran más tórtolos, y se querían y estimaban más.
Lo mismo nos pasa a nosotros, Baldomero; ¿pero qué quiere que hagamos?... ...¡Es una fatalidad!... Así es, Baldomero... y para mí es una pena como usted no se imagina... ¡Háblelo, don Lorenzo...! usted puede mucho... dígale cómo está el viejo... ¡lléveselo, señor!... ¡lléveselo por lo que más quiera!... aquí va a ser su perdición...
¡Bah!... Perro que ladra, no muerde. ¿No muerde?... ¡Lo que soy yo no vuelvo a pasar por allí; y creo que tú debes cuidarte de ese bandido. Al mismo tiempo que José avisaba que estaba listo el almuerzo de Ricardo, Baldomero llegó y después de saludar a éste, dijo: ¿Ha visto, don Melchor, lo que ha sucedido? Me estaba contando Ricardo. ¿Sabe que me están dando ganas de ir yo?
Cuando Baldomero regresó a unirse con los viajeros, éstos habían terminado la operación de lavarse y de telegrafiar a las familias y se encontraban rodeados de amigos de Melchor que le acribillaban a cumplimientos y a preguntas. ¡Caballeros! exclamó Baldomero los que quieran noticias pueden ir al telégrafo... estos señores vienen a divertirse y no a contar cuentos.
Baldomero levantó en alto el rebenque de gruesa y ancha lonja, diciendo al pilluelo: ¡Salí de aquí, muchacho!
«L'appetit vient en mangeant» dijo Melchor, mientras levantaba en toda la extensión de sus brazos los tenedores con que pretendía sacar de la fuente los kilométricos tallarines. ¿Qué vino gustan tomar? preguntó Baldomero, haciendo una verdadera gambeta a la sentencia de Melchor. Gracias, tomo agua dijo Lorenzo. Y yo también. Para mí cualquiera. dijo Ricardo.
El abono que tomaron en el Real a un turno de palco principal fue idea de D. Baldomero quien no tenía malditas ganas de oír óperas, pero quería que Barbarita fuera a ellas para que le contase, al acostarse o después de acostados, todo lo que había visto en el Regio coliseo. Resultó que a Barbarita no la llamaba mucho el Real; mas aceptó con gozo para que fuera Jacinta.
Yo soy madre del único hijo de la casa, madre soy, bien claro está, y no hay más nieto de don Baldomero que este rey del mundo que yo tengo aquí... ¿Habrá quien me lo niegue? Yo no tengo la culpa de que la ley ponga esto o ponga lo otro. Si las leyes son unos disparates muy gordos, yo no tengo nada que ver con ellas. ¿Para qué las han hecho así?
Simpático, el viejo, ¿eh? dijo Lorenzo al subir al break. ¡Y diablo! le contestó Baldomero, él sabe darse maña para arreglar cualquier enredo dejando contento a todos. ¿Debe ser muy viejo, no? ¡Viejísimo! señor, si cuando yo vine aquí, al campo de los «Astules» y ¡mire que hace años! ya era viejo blanco en canas... Y don Melchor, ¿para dónde agarramos? ¿Iremos hasta el arroyo?
Palabra del Dia
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