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Hago lo que puedo, niño dijo José, levantando las copas de la mesa; no soy muy baquiano en tender camas. ¡Si lo digo en broma, José! Usted las tiende perfectamente... mal agregó Melchor, en momentos que José se alejaba llevando una bandeja al antecomedor. ¿Quedamos entonces que a doña Ramona la va poner en ese cuarto? Eso es, Baldomero.

Los incrédulos afirmaban que la tal visión surgía siempre cuando el observador regresaba de algún boliche lejanísimo llevando muchas copas en el cuerpo. Después de exponer el pro y el contra del asunto, el viejo «baquiano» terminaba así: En un año no tropezamos con ninguno de esos animales, y fuimos de lago en lago desde el Nahuel Huapi hasta cerca de Magallanes.

Me contó que usted estaba aquí, me enseñó su papel, y yo le dije que avisase á los que vienen detrás para que no pierdan tiempo pasando por mi estancia y que él les sirva de baquiano, trayéndolos directamente... ¿Qué es lo que ocurre? Marcharon los dos entre matorrales, siguiendo las huellas que había dejado Watson al salirle al encuentro.

Cuando era gaucho baquiano, aunque el potro se boliase, no había uno que no parese con el cabresto en la mano. 32 Y mientras domaban unos, otros al campo salían y la hacienda recogían, las manadas repuntaban, y ansí sin sentir pasaban entretenidos el día.

Y al oír el piano su imaginación retrotrae escenas pasadas que se actualizan en su espíritu y le hacen reconstruir el cuadro que vio la primera vez. ...Así... será, , señor... yo... en eso no soy muy baquiano, don Lorenzo; pero ¡mire que me gusta oír el piano! Fíjate, Melchor, cómo perdura en Baldomero una impresión musical, cuando por lo común son fugaces.

Su paciencia desafiaba al tiempo, apreciando las semanas y los meses de viaje como si fuesen simples días. Uno de ellos gustaba de relatar su última excursión por las estribaciones de los Andes del Sur, visitando los lagos más solitarios. En este viaje había servido de guía ó «baquiano» á un sabio de Europa, recomendado por otro sabio al que prestó el mismo servicio veinte años antes.

La expedición duró muchos meses, y como no tenía baquiano del país que la guiase, se extravió con frecuencia, metiéndose en ríos afluentes para retroceder después... Buscaban el mar que los indios aseguraban haber visto con sus ojos, y efectivamente, al final del Limay, continuación del río Negro, se desemboca en un mar que es simplemente el lago Nahuel Huapi... Lo cierto es que ahora nadie navega por este río mientras no lo limpien, y ninguno de los exploradores actuales, aún contando con las embarcaciones modernas, ha querido repetir el viaje del alférez Villarino hace siglo y medio.