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Cuando el príncipe Miguel Fedor se remontaba hasta los recuerdos de la infancia, veía á su padre teniéndolo sobre las rodillas y acariciándole con sus duras manos. El pequeño se fijaba en su rostro de moro y sus luengos bigotes que venían á unirse con unos patillas cortas.

El hongo gris, la faja roja, las recortadas patillas destacándose sobre el rostro color de sebo, y sobre todo el ojo blanco, sin vista, frío como un pedazo de cuarzo de la carretera, en suma, la desapacible catadura del Tuerto de Castrodorna dejaron absorto al chiquillo.

Muy señor mío, muy señor mío respondió el anciano, inclinándose. He visto en mi vida pocas cosas tan estrafalarias como el señor de Anguita. Era alto, enjuto, rasurado, dejando solamente unas cortas patillas blancas; los ojos, grandes, apagados, vidriosos; la tez, pálida, y los dientes, largos y amarillos.

Dos hilos de lágrimas que iban a perderse en sus blancas patillas brotaban de los ojos de Diógenes; con una leve señal llamó a la marquesa, y díjole al oído con sencilla expresión de gozo inefable: Dice el padre Mateu... que Dios me ha perdonado...

No siguió diciendo el señorito; para Salvatierra una camisa de fuerza, y que vaya a propagar sus doctrinas en una casa de locos lo que le quede de vida. El público de Dupont aprobaba estas soluciones. Los dueños de las ganaderías de caballos, viejos de patillas entrecanas que se pasaban las horas mirando la botella con un silencio sacerdotal, rompían su gravedad para sonreír al joven.

Llevaba adornado el rostro con estrechas patillas y de sus orejas pendían unos aretes de cobre. Jaime, al conocerle, había sentido curiosidad por estos adornos. De chico fui grumete en una goleta inglesa dijo Ventolera en su dialecto ibicenco, cantando las palabras con vocecita dulce . El patrón era un maltés muy arrogante, con patillas y pendientes.

Sus abundantes patillas se destacan libremente como dos bellos matorrales al pié del sombrero calañés, sin alas y adornado también con algunas borlas de seda negra. Sus polainas, de las cuales penden innumerables borlitas y cintitas del mismo cuero, le dan un aire de chalan muy original.

De mediana estatura, la cabeza desnuda de cabellos en forma de pirámide, patillas que le llegaban hasta la nariz, la voz casi siempre enronquecida. Era hombre divertido, bondadoso, optimista. Estaba soltero y vivía con tres hermanas de más edad, a quienes había hecho verdaderas señoras a fuerza de trabajo y economía.

Su fisonomía decía muchas cosas, pero su filiación no os hubiese dicho nada. Se vestía con un aseo que se confundía con la elegancia; el corte de sus patillas castañas era irreprochable y su raya se prolongaba casi hasta la nuca. No era un hombre vulgar y, sin embargo, no se salía de lo vulgar.

Para entonces, los diez años corridos desde que le conocimos en la La leva, ya sesentón habían hecho honda mella en su persona. Estaba más encorvado, más flaco, algo trémulo, y con la greña, las patillas y las cejas enteramente blancas, muy ásperas y muy largas.