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Y sin aquietarse Morsamor y pasando adelante en su cavilar lastimoso, supuso, por último, que la ciencia empírica, hija del exterior sentido, iba a arrebatarnos el imperio y a dársele a los pueblos del Norte, patentizando el jactancioso embuste de las profecías del Padre Ambrosio.

Sin tiempo para pensar en lo que aquello sería, pero movido de recelosa curiosidad, intentó Morsamor ir adonde sonaba el ruido a fin de enterarse de todo. En pie estaba ya para realizar su intento, cuando por el lado contrario, se abrió una puertecilla, penetró por ella un bulto y Morsamor oyó una voz varonil que decía: ¡Voto a los demonios todos del infierno! ¡Olimpia! ¡Olimpia! ¿Estás ahí?

Durante tan larga navegación el tiempo pasó muy agradablemente para Morsamor y Tiburcio, merced a la precaución o a la buena suerte que habían tenido de embarcar con ellos a donna Olimpia y a Teletusa.

Rodeado de Tiburcio, Cartagena, Fray Blas y otros, se hallaba Morsamor presenciando aquella maniobra y recibiendo plácemes, cuando a deshora apareció una rubia y majestuosa dama, vestida de luto, y se arrojó en los brazos de Morsamor y cubrió su rostro de besos, exclamando entusiasmada: ¡O givia ed orgoglio del mio core! ¡O coraggioso mio drudo!

Pero los dos jóvenes brahmanes, que acompañaban a Morsamor y que eran muy decididos, pasaron desde la fortaleza al otro lado del foso, y gritando en medio de la turba, le quitaron el miedo y la persuadieron de que eran aliados y amigos los que abrían el paso y los que reclamaban su apoyo para terminar aquella grande obra.

Donna Olimpia tardaba en venir, y con la soledad y, con la impaciencia crecía en Morsamor el disgusto de haber cedido a los propósitos de su doncel, tan juicioso cuando hablaba en contra de las locuras sublimes, como ligero y hasta cínico cuando se trataba de otra clase de locuras.

Para adquirir esta indispensable previa aptitud, jamás basta una sola vida. Sólo puede conseguirse después de muchas reincarnaciones. ¿Sabes preguntó Morsamor por cuántas has pasado ya?

Pedro Carvallo, aunque inhábil, era fuerte y menudeaba sus golpes con tanto brío, que los quites de Morsamor tenían que ser también muy violentos. En uno de estos quites, Morsamor dio de plano y con tanta fuerza en el brazo de su contrario, que le derribó por tierra la espada. Generosamente se contuvo Morsamor, para que el desarmado volviera a armarse.

Conocedor de las más notables alcurnias y casas de la nobleza castellana, los apellidos de Zuheros y de Simahonda sonaron mal y sordamente en sus oídos. Harto contrariado se sintió de esto Morsamor. No valía la pena de remozarse y de aparecer otra vez en el mundo como resucitando o resurgiendo a nueva vida para que le desdeñasen y le hiciesen tan poquísimo caso como en la vida antigua.

Al oír Morsamor las palabras de Urbási, retrajo a su memoria la imagen de Beatricica y pensó tenerla allí presente y que ella le encadenaba entre sus brazos y le besaba y le acariciaba. Como si hiriesen otra vez sus oídos, percibió las palabras de la vieja gitana que le dijo en Sevilla la buenaventura. Los cabellos de Morsamor se erizaron de espanto.