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Como aquella señora había ocupado una regular posición, contaba con embeleso cosas del mundo y sus pompas, de los saraos a que asistía, de los muchos y buenos vestidos que usaba. Porque su marido era comerciante de novedades, hombre inferior a ella por el nacimiento; como que su papá era oficial primero de la Dirección de la Deuda.

Don Bernardino añadió que era muy fácil asegurar que él, el padre, iba a pagarlos; pero si tenía el muchacho pendiente con el corredor Rocchio una deuda de cincuenta mil nacionales, lo que hacía la suma de doscientos cincuenta mil nacionales por la parte solo de Jacinto. Y, ¿qué vas a hacer, Bernardino? preguntó la señora ansiosamente.

El predio, situado en el centro de la isla la mejor finca heredada de sus padres, la que llevaba el nombre de la familia , lo tenía hipotecado e iba a perderlo de un momento a otro. La renta, escasa y corta, conforme a los usos tradicionales, servíale para pagar únicamente una exigua parte del interés de los préstamos, engrosando el resto la cuantía de la deuda.

Si no me es dado pues ni disertar científicamente sobre los viajes en general: si no me atrevo á decir á V. pluma á pluma ya que no cara á cara, todo lo bien que pienso, y que si no me engaño pensará el público de su interesante libro: puedo por lo ménos en conciencia, y sin temor de ofender la modestia del que le ha escrito, asegurar que no ganaríamos poco en que todos los jóvenes que viajan lo hiciesen con el fruto que V. y sobre todo en que, comprendiendo la deuda que todos con la patria tenemos, la pagaran como V. haciendo á su pais partícipe del resultado de sus estudios y observaciones.

La enferma se encogió ligeramente de hombros y respondió: El hombre a quien se refiere usted hará mejor en quedarse en París, puesto que aquí tiene sus afectos, y en dejarme que pague tranquilamente mi deuda. Ya yo a lo que me comprometo aceptando su nombre. ¿Qué diría, ¡Dios santo!, si le jugase la mala partida de curarme?

-Eso juro yo -dijo Andrés-; y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que, según es de valeroso y de buen juez, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo! -También lo juro yo -dijo el labrador-; pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga.

Yo no si te he salvado la vida, pero me has pagado con creces la deuda abriendo mis ojos ciegos a la santa luz del amor. Amémonos, Germana, tanto como nuestro corazón sea capaz. Dios que nos ha unido por el matrimonio, se alegrará de haber hecho dos dichosos más.

Y además estaba sujeta a una deuda que mal se podría enjugar con lo que ella valía. Estaba fresca Anita. Ni rico había sabido hacerse el infeliz ateo. ¡Perder el alma y el cuerpo, el cielo y la tierra! Negocio redondo. Pero, en fin, a lo hecho pecho. Había echado sobre sus hombros una carga bien pesada: mas ¿quién no tiene su cruz? Ana tardó un mes en dejar el lecho.

No me resultaba el primer medio y en cambio el segundo se adaptaba muy bien á mis proyectos. Pero necesitaba, por el honor de mi nombre, pagar mi deuda de juego, cincuenta mil francos que era urgente encontrar... Aquí, amigos míos, el rubor me asoma á la cara, tan deshonroso es lo que tengo que contaros... Lea me ofreció sus alhajas para empeñarlas.

Pero algo más tenía que decirle: «Yo estoy en deuda con usted, Benina, pues dispuse que mi madre política, a quien gobierno con una hebra de seda, le señalaría a usted dos reales diarios... Como no nos hemos visto por ninguna parte, no he podido cumplir con usted; pero me pesan, me pesan en la conciencia los dos reales diarios, y aquí se los traigo en quince pesetas, que hacen el mes completo, señá Benina.