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Pero en el fondo sintieron todos, unos más y otros menos, el mismo estremecimiento al ver aquella figura siniestra. Fernanda, por mujer y por el estado especial de su alma, se inmutó visiblemente: después de pasar siguió todavía con ojos de temor a los dos jinetes hasta que se perdieron entre las sombras.

A lo lejos, en los valles, en las faldas de las colinas, a las orillas de los arroyos, veíanse reposando quietas y silenciosas las vacadas; los ciervos cruzaban como sombras entre los árboles, en busca de sus ocultas guaridas; las aves habían entonado ya sus himnos de la tarde, y descansaban en sus lechos de ramas; en las rozas se encendía la alegre hoguera de pino, y el viento glacial del invierno comenzaba a agitarse entre las hojas.

Acometiéronse los dos ejércitos con enemigo furor, no bien apareció en el Oriente la mañana, i durante todo aquel dia, mantúvose dudosa la victoria. La noche con sus sombras separó á los contrarios, é hizo suspender el encarnizado enojo i matanza. Salido el sol, acompañado de rayos, embistiéronse nuevamente; pero con la misma fortuna: ni favorable ni adversa para ambos ejércitos.

Medía este corredor unos cuatro metros de anchura por otros tantos de elevación, estaba abovedado, y por los amplios arcos se esbozaba el encantador paisaje, que en las sombras de la noche, poseía una dulzura y serenidad poco comunes, perfumado el ambiente con las diversas plantas de aquellos climas.

Unas veces era un talle de mujer, otras una mano enorme, luego un bigote como una manga de riego; esto vio De Pas frente al balcón del gabinete; frente a los del salón las sombras de la pared eran más pequeñas, pero muchas y confusas; y se movían y mezclaban hasta marear al canónigo. «No bailan», pensó. Pero esta idea no le consolaba. Más allá del balcón del gabinete había otro cerrado.

Jóvenes, de la patria la riqueza, El porvenir está en vuestra cabeza, Bella es vuestra mision: Es coronar el noble monumento, Que simboliza el grande pensamiento Que inauguró la tierra de Colon. Sombras de las falanges militares Que alzaron los escudos tutelares Al pié del patrio altar; Dejad caer el casco rutilante Dejad caer el hierro fulminante Y vuestra obra venid á contemplar.

La verdad es en todo como la luz: no va sin la compañía de la sombra. Si en este momento cree usted que algunas sombras misteriosas y propicias le permiten esperar, aguarde usted a que avance el tiempo y entonces la luz cruda le hará ver su engaño...» Pero él no la había dejado terminar: «Y yo voy a decir otras verdades que usted no sabe o no quiere saber.

Allí lloró y lloró, sintiendo con esto un gran alivio, acariciado por las sombras de la noche, que parecían tomar parte en su pena, pues cada vez se hacían más densas, ocultando su llanto infantil.

Miró en torno de ella, titubeando, como extrañada de verse en el lecho, en plena noche, a la luz de una bujía que marcaba en la pared las sombras de Isidro y la Teodora, sentados junto a la cama. ¡Ya está buena la señorita! gritó la vieja . ¡Olé, ya tenemos niña!

Dejando en sombras toda la isla, el luminoso haz de rayos iba a caer a lo lejos en alta mar, y allí estaba yo rodeado de tinieblas, bajo aquellas grandes ondas lumínicas que apenas me salpicaban al paso... Pero el viento seguía refrescando. Era necesario recogerse.