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Al lado de la alcoba hay una piececita con un estante de libros y un piano; aquel es mi salón, y un poco más lejos otra pieza más grande en la que duerme doña Polidora. Le respondo a usted de que estoy bien guardada, pues la buena señora no me mima, furiosa como está por el ascendiente que voy tomando en la casa.

Y así crecía de hora en hora el peligro de que ese cuaderno en que Olga había escrito su confesión, cayese en manos de su tía. ¡Que se le antojara escudriñar entre los volúmenes que guarnecían el estante, y sucedía la desgracia!

Quevedo era un hombre de imaginación pronta; recordó que en el estante, entre las armas de caza, había algunos frascos de pólvora, y entró, se apoderó de aquellos frascos y los puso junto á la reja; luego, con la daga, abrió algunos huecos entre el marco de la reja y la pared, rellenó de pólvora aquellos huecos, puso en comunicación con ellos un reguero que llevó hasta un lugar desde donde podía ponerle fuego á cubierto de la explosión de las cargas de pólvora de la reja, y á continuación se puso á apilar las mesas, las sillas y los muebles junto á la puerta de entrada.

A la derecha, primer término, un pasadizo que comunica con el jardín de García Yuste. En último término, una puerta que comunica con las habitaciones privadas de Máximo y con la cocina. Entre la puerta y pasadizo un estante de libros. A la izquierda, puerta que conduce a la estancia donde trabajan los ayudantes. Junto a dicha puerta, un estante con aparatos de física y objetos de uso científico.

Misia Casilda esperó a que saliera: después, fué derechamente a su cuarto y abrió el venerable armario de caoba; en el fondo del estante mediano había una caja de sándalo... Sentada en una silla baja, empezó a escarbar en la cajita misteriosa: dos onzas de oro de Carlos IV; un par de caravanas de brillantes y perlas, recuerdo de su madre; un anillo con amatista; el reloj de don Aquiles; botones de puño; prendedor de caireles con azabache...

Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que qué le había sucedido, que tan mal se paraba. ¿Qué me ha de suceder -respondió Sancho-, sino el haber perdido de una mano a otra, en un estante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo? ¿Cómo es eso? -replicó el barbero.

«El expositor del carbón, D. Leopoldo Ferrer. Se desea tener acciones para la explotación». A este documento, que se encuentra en el estante 2, tabla 5.ª, núm. 1.844, acompaña un plano del criadero que se cita. Fauna.

Agrupadas las Facultades, colocados de canto los libros en armarios, que rodeaban la cuadra, corría á dos varas de distancia, y por delante de aquellos, una verja con travesaños horizontales, que permitia, solamente, al lector, pasar las hojas del volumen en que estudiaba, colocado sobre un atril, entre el estante y la dicha verja, precauciones todas encaminadas á ponerlo á cubierto de la codicia, por ser cosa probada «que es imposible guardar los libros aunque estén atados con cien cadenas» .

Cada vez que se pone un traje me señala las medias, los zapatos, los sombreros y las «aigrettes» correspondientes. Los zapatos están en fila sobre un largo estante; más de cuarenta pares; los hay de todos los colores; altos, bajos, ni altos ni bajos. Las medias forman como un iris, con todas sus infinitas combinaciones.

De pronto mi guía se paró delante de una puerta, la que abrió con su llave, y me encontré dentro de una diminuta y desnuda celda, sin alfombra, cuyo mobiliario se componía de una cama de ruedas, una silla, una mesa-escritorio y un estante de libros bien provisto. En la pared había un gran crucifijo de madera, delante del cual se persignó al entrar. Esta es mi casa explicó en inglés.