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¡Caray si pinta! contestó don Adrián sobándose mucho el codo ; y hasta creo que bien, por lo que he logrado atisbar yo y lo poco que lo entiendo... Pero aguarden ustedes, que es posible que tenga alguna cosilla de esas en el cartapacio de su atril, donde suele guardar las recién acabadas...

Entonces enteró a su yerno de cuanto le ocurría; y Arturo, que se había propuesto brillar en el ancho campo de la política a expensas de su suegro, halló más conveniente, si no más placentero, pedir a éste un atril en su escritorio y ayudarle con todas sus fuerzas a levantar el edificio que parecía desmoronarse.

Como son las tres de la tarde, y ésta de un día de trabajo, tenemos que encontrarnos, al atravesar el citado salón, con dos largas filas de muchachos sentados ante un doble atril, sobre el que unos escriben y repasan otros la lección que han de dar más tarde en la mesa presidencial que ocupa el maestro, cuya diestra no suelta la tremenda palmeta de cinco agujeros.

En torno del atril del director estaban los músicos de más renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el Gaviota II formando parte de su orquesta.

Largas horas trascurrían sin hablarse y más de una vez tomaban asiento en la mesa conservando cada uno el libro que leía y al que servía de atril la copa o la botella que se tenía delante. Así había pasado la hora empleada en comer una tarde en que Ricardo rompió el silencio diciendo: ¡Vamos a levantarnos de la mesa roncos! Ustedes han dado en no hablar. Seguimos tu ejemplo.

Agrupadas las Facultades, colocados de canto los libros en armarios, que rodeaban la cuadra, corría á dos varas de distancia, y por delante de aquellos, una verja con travesaños horizontales, que permitia, solamente, al lector, pasar las hojas del volumen en que estudiaba, colocado sobre un atril, entre el estante y la dicha verja, precauciones todas encaminadas á ponerlo á cubierto de la codicia, por ser cosa probada «que es imposible guardar los libros aunque estén atados con cien cadenas» .

Una lámpara de metal azofarado, de poco más de media vara de largo. Cuatro candeleros de tres cuartas de largo, del mismo metal con las armas de la Casa y otros cuatro de madera que estaban en las Almonas. Un atril de madera maqueado.

La retiró, se volvió lentamente, quitó la música del atril para colocarla sobre el piano, todo con pausa y mesura, y me miró de nuevo con esforzada y dolorosa sonrisa: ¿Y si yo... le pidiera que no se fuera?...

Como en la orquesta salta el pasaje fundamental de atril en atril para ser repetido por todos los instrumentos en los más diversos tonos, aquel verde eterno jugueteaba en la sinfonía del paisaje, subía o bajaba con diversa intensidad, se hundía en las aguas tembloroso y vago como los gemidos de los instrumentos de cuerda, tendíase sobre los campos voluptuoso y dulzón como los arrullos de los instrumentos de madera, se extendía azulándose sobre el mar con la prolongación indefinida de un acorde arrastrado del metal, y así como el vibrante ronquido de los timbales matiza los pasajes más interesantes de una obra, el sol, arrojando a puñados su luz, matizaba el panorama, haciendo resaltar unas partes con la brillantez del oro y envolviendo otras en dulce penumbra.

La correspondencia se copiaba a pulso por un empleado que estuvo cuarenta años sentado en la misma silla delante del mismo atril, y que por efecto de la costumbre casi copiaba la carta matriz de su principal sin mirarla. Hasta que D. Baldomero realizó el traspaso, no se supo en aquella casa lo que era un metro, ni se quitaron a la vara de Burgos sus fueros seculares.